Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.
Te doy gracias, Padre, por recordarme en esta mañana esta verdad tan alentadora. Tengo que confesar que en muchas ocasiones estas palabras han sido como vitaminas para mi ánimo.
Sé que no puedo hablar en mi propia experiencia de espíritus que se sujetaran, pero sí quizá de pequeñas victorias en espíritus rebeldes, de algo de fruto en el trabajo. En algunas ocasiones al mirar el resultado del servicio a tu causa, he sentido gozo, quizá no tantas como esperaba o como me habría gustado. ¿Cómo no gozarme por un pecador que se arrepiente, o de ver una relación que se restaura, o de una iglesia que se edifica y crece?
Pero reconozco que son más las veces que siento frustración y desánimo por mi pobre trabajo y pobre fruto. Yo podía haberlo hecho mejor, ellos podían mostrar más interés y ver su necesidad de liberación.
Y entonces vienen estas palabras a mi memoria, u otras parecidas, y me hablan de mi salvación, de mi hogar celestial, de mi alma segura en ti, de que ya no hay nada ni nadie que pueda borrar mi nombre de tu libro.
Mi gozo no descansa primeramente en mi labor o en el posible resultado de esta, pues todo es tuyo, sino en lo que has hecho en mí, por mí, para mí.