Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.
Quisiera pedirte en esta mañana, Señor, que me ayudaras a trabajar en mi carácter sobre este tema de la humildad.
Me es fácil pensar que yo escapo de este pecado y que soy humilde, que no me enaltezco de mi persona o de mi trabajo. Pero entonces me doy cuenta que pensar así tiene algo de orgullo, de vanidad encubierta.
Si reconozco en mí algún mérito, algún fruto bueno de mi esfuerzo, pienso que me engaño y lo escondo, lo que quizá me lleva a una falsa humildad que me parece que es también pecar de orgullo.
Lo que me está diciendo tu palabra en este texto, es que deje el juicio a otros, y que no me preocupe tanto en lo que yo pienso y siento, al menos sobre este asunto.
Tengo que servirte a ti Señor, esforzarme en hacer mi trabajo de la mejor forma, vivir mi vida cristiana como tú demandas y para tu gloria, y dejar la conclusión de todo en tus manos.
No debo hacer las cosas hacia los que me rodean buscando su aplauso o reconocimiento, sino porque es el deber de mi llamamiento.
Lo importante es, al fin y al cabo, sentarme a tu mesa, el lugar en ella lo dejo en tus manos.