Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.
¡Cuán grande es este amor tuyo por nosotros, Señor! O no tiene medida o yo no lo puedo calcular.
Sé que no puedo abusar de tus parábolas para que digan lo que yo espero que digan, pero creo que en esta sí es claro el mensaje a la luz de toda tu palabra.
La salvación, el perdón de mis pecados y el regalo de la vida eterna, es una gran cena (v.16), una fiesta, es dejar por fin, esta vida de trabajos y entrar en el reposo gozoso y glorioso de tu presencia, es la abundancia de bienes y la escasez de nada.
No solo te has dignado a invitarnos (v.16-17), sino que además, y así lo veo en mi caso, me has forzado a entrar, pues sé que en otro tiempo, cuando estaba en mi ceguedad espiritual, también puse excusas. Ni entendía, ni quería. Tan necio era yo que ocupaba mi ser en cosas pasajeras que nunca satisfacían a mi alma (v.18-20) y dejaba pasar la bendición de sentarme a tu mesa por siempre. ¿Qué has hecho a mi alma para que ahora solo quiera estar contigo?
Pero además, es que tan grande es ese amor tuyo, que quieres llenar tu casa, no unos cuantos, sino tu cielo entero, de pobres, de cojos e incapaces pecadores como yo.
Señor, ayúdame a mí también a salir a la calle y buscar y traer a otros.