Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
¡Qué hermosa esperanza me traen estas palabras Padre! Te pido que me ayudes a aplicármelo también a mí mismo y que no sea solo un mensaje para otros.
Soy pecador, no puedo escapar de esta realidad. Cuántas veces yo también te doy la espalda y gasto tus dones en las cosas del mundo. ¡Qué pena de mí mismo cuando disfruto más de cosas pasajeras y vanas y no de ti mismo, de tu compañía!
Pero yo solo no puedo, necesito volver en mí (v.17), necesito que abras mis ojos y me hagas ver mi estado espiritual, mi condición lejos de ti.
No puedo negar que, aunque me duele cuando me haces ver mi pecado, también me alegra y me anima, porque entonces me empuja a confesarlo y a venir a ti.
Bendita sea tu palabra, que me descubre una y otra vez que tú, Dios mío, eres un Padre paciente, Dios de misericordia al que siempre puedo venir con mi sucia carga.
No, yo tampoco soy digno de ser tu hijo, pero aun así, tú me llamas hijo y yo te llamo Padre. Esto es gracia siempre de tu parte.
Si, Padre, yo también he pecado en mi corazón, pero a pesar de todo permíteme ser jornalero de casa y de tu causa.