Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
¿Por qué, Señor, aun siendo tan fácil de entender este principio a mí me cuesta tanto de aplicar? ¿Por qué me hablas tan claro y dejas que mi mente lo complique y mi corazón lo obscurezca todo?
Corrígeme si me equivoco, pero creo que mi problema en primer lugar es que no me gusta dar ni a uno ni a otro, que me engaño pensando que aun cuando me has puesto como administrador de algunas posesiones, todo el beneficio tiene que revertir en mí. ¿Por qué quiero acumular lo que no puedo llevarme conmigo, ni me da felicidad aquí? Ayúdame a dar, sencillamente.
La diferencia entre impuestos “al César” y ofrendas a Dios es clara, pero en lo profundo de mi corazón está ese peligro, ese pecado, de querer agradar antes al estado por el miedo a ser por él castigado y agradarte a ti, abusando de tu paciencia y misericordia.
Ayúdame a estar igual o más dispuesto a ofrendarte a ti, sin temor y sí con mucho gozo y gratitud, pues tus beneficios son mayores.
Sé, Señor, que lo tuyo, lo que tú esperas de mí, es más que dinero, es también tiempo, ejercicio de dones, amor,… Ayúdame a dártelo