Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
¡Cómo entiendo las lágrimas de Pedro! Me identifico con él, también para mi vergüenza y gozo.
Vergüenza por mis fracasos, por negarte, Señor, tantas veces y de tantas formas. Negarte o traicionarte ante otros con este disimulo cobarde que a veces me domina. Aun incluso habiéndote hecho promesas (v.33) y haberme envalentonado cuando me sentía cómodo y seguro.
¡Cómo me pesa, Señor, esta tristeza cuando te defraudo, estas lágrimas del corazón cuanto te niego!
Pero, también, me llenan de gozo, pues me muestran que tú no me dejas, que tu intercesión para que la fe no falte (v.32) no fue solo por Pedro, sino por mí, por todos los tuyos. Tu obra, tu oración sigue siendo efectiva aun hoy.
Puedo caer, desgraciadamente caigo muchas veces, pero siempre me levanto, perdón Señor, siempre me levantas, y mi experiencia puede llegar a ser útil. (v.32) (Jn.21:15-17). A los que te amamos todas las cosas, incluso estas, ayudan, son útiles, para bien (Rom.8:28).
Señor, no quiero defraudarte, no quiero darte la espalda, quiero hoy y siempre serte fiel; pero si caigo, déjame llorar, sentir mi dolor, pero luego levántame y vuélveme a ser útil.