Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Tengo que empezar pensando para mí mismo antes de salir a la calle en esta mañana, que hay cosas con las que no me puedo identificar con este hombre clavado en la cruz con Cristo, ni su momento de dolor y agonía se puede comparar con momento alguno de mi vida, y espero que Dios no lo permita. Pero hay otras en las que sí me identifico y que también me mueven a orarte y pedirte de la misma manera, Señor.
Reconozco que mucho de lo que experimento de dificultad y dolor es por mi causa, que también recibo lo que merecen mis hechos (v.41), aun cuando tú me has evitado muchos también. No puedo venir ante ti a reprocharte nada.
Vengo ante ti, Señor, confiando, esperando tu misericordia, sabiendo que no me rehúyes a pesar de mi pecado. Yo me siento un miserable pecador ante ti que eres totalmente inocente. ¿Cómo podría yo estar en tu presencia si no fuera por tu gracia? ¡Un pecador como yo ante un justo como tú!
Mi mayor anhelo es el mismo que el de este hombre, no librarme de mi cruz, sino que me tengas en cuenta cuando vengas en tu reino.
Bendita bendición, yo también escucho tu voz, por medio de tu palabra, tu promesa de que un día estaré contigo en el paraíso. ¡Gracias!