¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
¡Cuán grandes son los esfuerzos del pecador para esconder su pecado! Unas veces con excusas, otras culpando a otros y aquí torciendo las cosas.
Y no es porque tu ley sea oscura y difícil (amarte a ti y amar al prójimo ¿quién no lo entiende?). No es porque no se conozca, pues está escrita en el corazón de cada uno (Rom.2:14s).
El deseo de cambiar lo bueno en malo es por causa del propio pecado y la conciencia. No se quiere dejar de buscar los deseos de la carne y de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Jn.2:16) y cuando la conciencia señala y culpa, es más fácil retorcer la justicia, que humillarse ante ella; aparentar que lo amargo es dulce, aun cuando esté escondiendo el corazón.
El ser humano es tan obtuso y su terquedad tan grande, que prefiere negarte o culparte, no ver su culpa; aun cuando sean sus manos las que están manchadas y culparte a ti. Ver tinieblas donde solo hay luz (1 Jn.1:15).
Yo no soy mejor que ellos, Padre, pero por tu gran misericordia para conmigo, me has permitido ver y entender lo que es malo, oscuro y amargo en mí a la luz de tu ley y ver lo que es bueno, luz y dulzura en tu Hijo. No dejes que sea de otra manera.