En aquel día mirará el hombre a su Hacedor, y sus ojos contemplarán al Santo de Israel.
Qué hermosa y esperanzadora promesa es esta. Aunque ya hoy tengo tanta información en tu palabra, aún me admira. ¡Cuánto más lo habría sido en aquella época al escuchar a tu profeta!
A ti, Dios y Padre, no se te puede ver, eres espíritu y eres santo, y por tanto, ojos pecaminosos de personas pecadoras como nosotros lo tenemos prohibido por nuestro bien (6:5) (Ex.33:20); pero aun así, nos invitas a mirarte, contemplar tu gloria y majestad, no porque busques nuestro mal, sino el bien.
Tu castigo por nuestro pecado ya fue esa ceguedad y sordera espiritual (6:10), pero tu gracia, tu obra redentora para con los tuyos, fue darnos vista, darnos un corazón vivo que te busque, te encuentre y te contemple
Y entonces lo que vi fue a tu Hijo, «la imagen del Dios invisible» (Col.1:15), «el resplandor de tu gloria» (Heb.1:3). Bendito el día que quitaste la ceguera de mi entendimiento e hiciste resplandecer la luz del evangelio de la gloria de Cristo, tu propia imagen (2 Cor.4:4).
Conocer su santidad es conocer la tuya, sentir su amor es sentir el tuyo, él es mi Roca porque tú eres mi fortaleza.
La invitación de tu Hijo a mirarle a él es la invitación de mirarte a ti. Alcanzarle a él es descansar en ti.