Ellos verán la gloria de Yahveh, la hermosura del Dios nuestro. Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará.
Este capítulo es de los más hermosos y esperanzadores del libro de Isaías e incluso de toda la Escritura, por lo menos para mí, si es que me permites, Señor, hablar de preferencias sobre tu palabra que es toda ella tu inspiración, tu aliento.
Me das el mayor y más hermoso de los mensajes: que Dios, tú, vienes, que puedo mirar el horizonte expectante, con la certeza de verte, y que si bien tú eres justo y, por tanto, vienes para dar a cada uno su pago, lo que merece, y eso no parece bueno, pues surgen en la memoria nuestros delitos y pecados «¿y cómo escaparemos…?» (Isa.20:6), también vienes a salvar a tu pueblo, a dar vista a los ciegos, a hacer que el cojo corra como ciervo y el mudo cante (v.5-6), a hacer posible lo imposible. Pero esto ya lo hiciste con, en tu Hijo (Mt.11:5), él es tu hermosura y gloria, él es la salvación. Además él vendrá y completará la victoria que ya alcanzó en la cruz, y acabará por fin toda tristeza y gemido (v.10) (Ap.7:17; 21:4ss).
Ahora puedo decirme a mí mismo y decir a los demás que quieran oír que se fortalezcan y animen, que se levanten y alegren; porque hay esperanza, hay salida, porque hay salvación, no porque se pueda ganar o merecer sino porque Cristo vino y vendrá otra vez.