He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros.
Son muchas y hermosas las imágenes que usas en tu palabra para expresar tu afecto por tu pueblo. Aquí mismo, por ejemplo, hablas de llamamiento o elección como si fuera un embarazo (v.1, 5), de ti mismo como una mujer que se compadece del hijo de su vientre (v15), que nos ves como novia vestida de honra (v18). ¡Cuán tierno y amante te muestras!
Pero de todas esas imágenes me quedo con esta, que yo, como todo tu pueblo, estoy esculpido en la misma palma de tus manos.
Sé que tu siervo Isaías no tendría en mente las manos taladradas por los clavos de tu Hijo, pero es allí donde me llevan tus palabras. ¿Era tu intención, Padre, que yo viera aquí la muestra de tu amor allí, en la cruz?
Quizá estas marcas sean las señales que dejan el trabajo y el esfuerzo, que me dicen que si bien mi salvación no me costó nada, para ti sí fue un esfuerzo. Convertir en camino los montes (v.11), cavar para una cruz abre muchas llagas en tus manos.
Seguramente te refieres a ese tatuaje que has marcado en tu piel que hace ver que tu amor por mí, por tu pueblo, es para siempre (Cant.8:6).
Todos deben saber que tú eres mi Redentor (v26).