Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.
Comparas tu palabra a la lluvia y a la nieve (v.10) y yo me siento hoy como la tierra que la riega.
Hay días que me siento como árido y que solo puedo dejar escapar polvo. Entonces viene, cae sobre mí tu palabra y me vuelve verde, fresco y brillante, lleno de olores. Tu palaba me sana, me da vida y me hace producir fruto.
La palabra que sale de tu boca nunca es en vano, no se pierde, pues todo lo que tú decides y pronuncias es o será a su tiempo.
¡Cuánto alivio me traen tus promesas! Puedo ver, a pesar del tiempo que pase y las dificultades del camino, que lo que has dicho será, y entonces se renuevan mis fuerzas.
Qué gozo es ver cómo tu palabra prospera, se aplica y funciona, igual que medicina para el herido, luz para el que tiene dudas o agua fresca para el cansado.
Por ser palabra tuya, ésta es santa, poderosa y buena, como tú eres santo, poderoso y bueno.
Ayúdame, Padre, a ser hoy instrumento para llevar esa palabra tuya, a regar con tu agua, no con mis ideas, pues lo más insignificante tuyo será siempre infinitamente más fructífero que lo sabio mío (1 Cor.1:25).