Castígame, oh Yahveh, mas con juicio; no con tu furor, para que no me aniquiles.
Quiero ser también en esto como tu siervo Jeremías. Quiero acercarme a ti, Padre, de esta forma, sin excusas, si tienes que castigarme hazlo. No puedo decir nada más. Soy culpable, fácilmente puedo ver en mí pecado, y si puedo verlo yo, puedes verlo tú. No puedo ni quiero inventarme nada para evitar tu castigo. Tú te ofendes ante el pecado y reaccionas, yo he pecado y, por tanto, merezco lo que puedas hacerme, tu castigo como Padre a su hijo.
Pero no actúes contra mí con todo tu furor, porque no lo resistiría. Si dejaras caer sobre mí todo tu enfado, aun cuando vanidad, dejadez, pereza, envidia, malos pensamientos, mis palabras airadas, deseos secretos y tantos otros lo merezcan, no podría soportarlo, me aniquilarías.
Si tienes que castigarme, hazlo con juicio, según tus palabras, llevado por aquello que tú has pronunciado, por tus propios decretos.
Tú, has exigido víctima, castigo severo por mi pecado y por el de todo tu pueblo, quieres y debes mostrar tu ira justa, pero ya la mostraste en tu Hijo. Toda la ira que yo merecía la descargaste sobre él, ahora yo solo espero que me trates como a tu hijo.
Sé que peco y no quiero, no deseo ofenderte, pero lo hago, mi vida delante de ti y de la gente merece tu disciplina, tu corrección, dámela, pero no quites mi unión contigo.