Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo y no pude.
Hay días que me siento como tu siervo Jeremías tal como se describe en esta porción de tu palabra (v.7-18).
No te hago esta confesión, Señor, como una excusa, sino como una declaración de mi debilidad e indignidad.
No entiendo por qué me diste estas responsabilidades, tú sabías que era una carga demasiado pesada para mí. Si apenas puedo avanzar con mi débil fe ¿cómo es que me pones como guía de otros? No juzgo aquí tu juicio, Señor, tú sabes bien por qué y cómo hacer las cosas, sino mi ignorancia. Mi pecado todo lo alcanza y lo mancha.
También yo tengo ese mismo sentimiento de sentirme de sobra, fuera de lugar (v.14-18), de querer partir y estar contigo, pero sé que es más mi cobardía por no querer afrontar mis cargas, que el gozo del deber cumplido.
Aun así, sigue dentro de mí ese fuego interno que comenzó hace años, ese impulso que iniciaste tú en mí y que nada, ni nadie, ni siquiera yo, ha podido apagar. El celo de tu casa me consume, es débil, es contradictorio, pero es perseverante.
Señor ayúdame a seguir, a servirte, a proclamar tu nombre, tu obra, tu justicia y también tu misericordia, aun cuando sea con dolor.