Yahveh se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.
¡Qué consoladoras me resultan estas palabras! Sé que se refieren a tus sentimientos, Padre, para con tu pueblo, pero como yo soy parte de tu pueblo, la puedo y quiero aplicar a mí mismo.
Tú me amas con amor eterno, es decir, que ya antes de que yo fuera, incluso antes de que fuera el tiempo mismo, tú decidiste amarme. No que me amarías en un futuro cercano, sino que ya allí, aun sin yo hacer cosa alguna para merecerlo, aun sin ser nada, sino una idea en ti, tú siendo Dios comienzas a amarme.
Y siendo tú como eres, Dios eterno, comenzaste a amarme para siempre, un amor inquebrantable y definitivo. Lo que tú decides iniciar, nada ni nadie puede torcerlo, estropearlo o interrumpirlo.
Entonces, yo llego a ser, vengo a la vida, y no soy como debiera ser, no respondo a tus muestras de amor con amor, sino con indiferencia. Incluso ahora que me has conquistado, mi amor es torpe, perezoso,… y, a veces, adúltero. No debería esperar de ti sino rechazo.
Pero como tú eres Dios de amor y tu amor por mí no depende de mi amor por ti, es que hoy y ahora me prolongas tu misericordia.