Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Entiendo, Padre, que estas promesas que trae Ezequiel en este capítulo se refieren a tu pueblo en general por medio de la obra de tu Espíritu y la venida de tu Hijo, y que por tanto, yo tengo un corazón y espíritu nuevo.
Entonces ahora con este corazón de carne, sensible y pasional y con tu Espíritu morando en mí, puedo y debo poner por obra tus mandatos, puedo y debo vivir bajo la dirección de tu palabra.
Te doy gracias por estas bendiciones, por la luz y ayuda, por no dejarme en las tinieblas del pasado y la ceguera de mi alma.
Gracias por todas las promesas que ahora puedo hacer mías, por hacerme sentir parte de este capítulo, por ser parte de tu pueblo y por poder decir que eres mi Dios (v.28).
Pero tengo que confesarte con vergüenza que no alcanzo el nivel que debiera, que no cumplo con todo lo que me demandas. Te pido perdón, Padre, porque a pesar de la luz a mi corazón y la presencia de tu Espíritu en mí, aún mi fe es débil y mi fuerza y ánimo muchas veces débiles.
Ayúdame más, lléname de tu Espíritu, no permitas que de manera alguna me conforme.