Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer.
Los enemigos de tu siervo Daniel, para intrigar y quitarle de su puesto y como no podían encontrar falta alguna en él (v.4), inducen al rey para erigirse como dios (v.7). ¿No pude darme esto a pensar que también hoy se pueden estar estableciendo leyes para que consciente o inconscientemente vayan en contra de tu pueblo? Muchas de las leyes de hoy no parece que busquen lo mejor de la sociedad, sino que son caprichosas y arbitrarias.
¿Y qué hace tu siervo Daniel? En lugar de correr a oponerse a esas leyes, acusarles ante el rey, pues posiblemente sabría que leyes selladas no podrían ser abrogadas (v.15), se dirige a ti como solía hacer, sin temor a lo que pudiera ocurrir.
Señor, reconozco que no puedo compararme a tu siervo Daniel, mi fidelidad es frágil, y si investigan en mi vida fácilmente encontrarían faltas y algún que otro vicio. Seguramente no hace falta que se hagan leyes duras para hacerme caer y pecar. Lo que sí sé es que nada debería dañar o modificar para mal mi vida devocional, que lo más importante es mi encuentro y relación contigo. Ayúdame por tanto a buscarte, amarte y necesitarte tanto que pierda el temor a los hombres y no me afecten sus leyes ridículas en mi vida interior.