Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer.
¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión.
No puedo separar mi mente y mi corazón de estos dos versículos, que aun cuando son tan diferentes, en lo que transmiten, están tan vinculados.
Tu pueblo estaba tan adherido a la rebelión, tenía tan arraigado el pecado en sus entrañas, que solo le traía infidelidad e hipocresía. Sí era adúltero espiritual porque decía una cosa con sus labios, pero obraba otra. ¿No es esto entonces lo que afecta a tantos de los tuyos en el día de hoy en la iglesia?
En cambio, tú, Señor y Dios mío, obras de forma totalmente distinta. Aun a pesar de la infidelidad, del pecado, no le abandonas, no lo repudias, no ejecutas tu ira (v.9). Es más, aun a pesar del estado deplorable que algunos de los tuyos hoy muestran ante ti, tú aun te conmueves y te inflamas de compasión en tu corazón. ¿Qué clase de amor es el tuyo que respondes a la infidelidad, hipocresía y nominalismo con más pasión y compasión?
Sí, sí, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom.5:20). Cuanto más muestro yo mi naturaleza en nuestra relación, más muestras tú la tuya.
Me pregunto y confieso. ¿Cómo es que yo no me conmuevo, ni me inflamo ante tu amor?
Dame pasión y deseo por ti, o al menos no permitas que te considere el Altísimo y no te enaltezca, que te llame Amado y no te ame, te llame Señor y no te sirva.