De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la compasión será escondida de mi vista.
¡Qué hermosa promesa y esperanza nos has dado! No solo a ellos, a Israel en sus circunstancias, sino también a nosotros (1 Cor.15:54-55).
Aun no mucho, pero sí a veces, pienso en la muerte. Sé que es un enemigo terrible y que yo en ocasiones me hago el fuerte ante otros, como si no me afectara. ¡No me importa morir, sino cómo morir! ¡Qué estupidez! Pues como a todos, ya que si bien ya sé qué es lo que me espera al otro lado, tú; mis dudas y luchas internas y el viaje en sí mismo me crean desasosiego.
¿Cómo será, será sorpresa o será agonía? ¿Estaré digno en esas circunstancias o fallaré y degradaré tu nombre con mi actitud?...
Gracias, Señor por estas palabras, por recordarme que tú vences la muerte y que la matas con la muerte de tu Hijo, la vida misma (Jn.1:4; 11:25-26; 14:6). Gracias porque un día la arrojarás al lago de fuego (Ap.20:14).
Ayuda hoy, por tanto, a pensar que, si bien la vida es Cristo, con sus muchas luchas y trabajos, la muerte es ganancia, descanso y gozo (Filip.1:21).