Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos.
Reconozco que no soy dado a la música, pues mi oído es pésimo y mi voz también, pero cuando te canto y alabo me siento bien, y sé que a ti te agrada; lo demandaste de tu pueblo en la ley e incluso un libro entero está dedicado a ello.
Tuvo que ser grave el pecado de Israel para que no quisieras escuchar sus cánticos y alabanzas. Claro, tú quieres que en primer lugar te cantemos con el corazón y la cabeza, y no solo de labios.
Cuántas veces y de cuántas maneras les hablaste y no quisieron oír ni entender; incluso con el propio castigo como reprensión, y no quisieron volver (4:6, 8, 9, 10, 11), invitándoles por medio de tus profetas a buscarte y no escucharon (v.4, 6. 8, 14, 15).
Por tanto, si tu pueblo hace oídos sordos a tu palabra, no debe sorprenderme que tú hagas lo mismo con sus alabanzas.
Señor, tienes que enseñarnos a cantarte mientras te servimos y obedecemos. Tienes que afinar nuestro oído musical y nuestras voces mientras hacemos nuestro trabajo para ti más excelente. Tienes que ayudarnos a ofrecerte nuestra alabanza mientras nos volvemos a ti y te buscamos de corazón. Tienes que hacer que amemos tu palabra para que nuestro cántico sea más digno de tu oído.