Porque yo Yahveh no cambio; por eso, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.
En esta mañana tu palabra me hace meditar en este atributo tuyo que es la inmutabilidad.
Tengo que reconocer que no he dedicado mucho tiempo a entender lo maravilloso de esta característica tuya y de cómo me beneficia.
Al contrario de mí, que soy inestable, tú eres siempre el mismo en carácter, hechos y palabras. A mí todo me afecta, lo que ocurre a mi alrededor afecta a mi ánimo y humor. No soy el mismo de hace unos años ni lo seré en otros cuantos. Mis gustos y deseos se modifican por la influencia de otros o de las circunstancias. Estoy convencido de algo y al poco tiempo descubro que estaba equivocado, y tengo que corregirme a mí mismo, el amor-odio, placer-malestar por ciertas cosas en mí tiene una línea tan fina, que me cuesta confiar en mí mismo.
Pero, eres el mismo ayer (o hace miles de años) y hoy. Eres el mismo en tus promesas de hace cuatro mil años, a las que me haces hoy por tu palabra. Lo que aborrecías antes, lo aborreces hoy; y lo que amabas y te agradaba ayer, lo amas y quieres hoy.
Puedo venir a ti confiado, pues prometiste sostenerme hace cuarenta años y por tanto no dejarás que nada me consuma.