La mujer le dijo: Señor dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá.
Señor, yo, como aquella mujer, tengo necesidad de esa agua viva (Jn. 4:10), de esa fuente que brota para vida eterna (Jn. 4:14).
Sí, sé que esto ocurre una sola vez y es para siempre, que yo la pedí y tú me la ofreciste, pero sabes, a veces, como hoy, me siento como seco, como faltándome agua en medio del desierto.
No es que tú estés lejos o que tu palaba con tus promesas no esté a mi alcance, lo que pasa es que la aridez de mi alma, el pasar tanto tiempo bajo este ardiente sol, el querer yo subir solo por estas sofocantes dunas, me hace sentirme mal (Salmo 42:1-3).
Por eso en este día, y para este día concreto, te vuelvo a pedir que me des a beber de tu agua, que me ayudes a venir a ti, a refrescar mi alma en ti una vez más.
Sí, puede que tú a mí me envíes a buscar a «mi marido» (v.16), a solucionar ese problema, a buscar arrepentimiento, pues para encontrarme contigo tengo que dejar, desandar el camino… Estas luchas mías, esta mente torpe, solo encuentran sosiego en ti.