Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?
¿Cómo creer en Cristo si no creemos en la Escritura? ¿Cómo confiar en su persona y en su obra, si no confiamos en lo que la Palabra dice de él? ¿Cómo seguir a Jesús si no seguimos lo que se dice en este libro?
Me resulta fácil decir que amo a tu Hijo, Dios mío, que le seguiré a donde quiera que me lleve, que él es el centro de mi vida, que mis pensamientos están en Cristo y por eso soy cristiano.
Pero ya no me es tan fácil someterme a la Escritura, obedecer sus mandatos, seguir sus principios. Mi voluntad terca, supersticiosa y pecadora se revela o se empereza ante tu voluntad escrita, tu verdad revelada.
Por otra parte me entusiasma sumergirme en tu palabra, nadar entre sus versículos, profundizar entre sus grandes verdades. ¡Qué maravilloso gozo descubrir a Cristo en nuevos lugares, ver su luz en medio de sombras, seguir la estela que deja a su paso en casi cada línea!
La razón de ser de la ley, del templo, de los sacrificios y ofrendas, de toda la Escritura es Cristo. El uno depende del otro. Pero también, el verdadero Cristo solo puede ser el de la Escritura, no el del folclore, el de la imaginación o el de las tradiciones.
Cuanto más creo en la Escritura más creo en Cristo y cuanto más amo a Cristo más amo la Escritura. Bendita revelación.