Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.
Señor, te pido en esta mañana esa fe que lleva a la adoración, y si ya puedo decir que creo, entonces te pido que mi adoración a ti sea más grande.
Yo también nací ciego, ciego en mi alma para las cosas espirituales. Solo se me permitía caminar a tientas, percibir entre neblinas algunas aristas religiosas que más que esperanzas producían en mí temor y desasosiego. ¿No es esto lo que esta historia quiere mostrarme (Jn. 9:41)?
Pero, un día apareciste tú y me abriste los ojos, me mostraste que las cosas no eran como yo las percibía. Ahora tu palabra me alumbra y guía con esa luz que eres tú (Jn. 8:12). Me quitaste los temores (Jn. 9:24-27), me mostraste que no era religión, ritos y normas de hombre (v.28-34), sino tu persona y tu obra. Porque he visto, es que ahora creo, y porque creo, es que te adoro.
Ya no son doctrina de hombres, ceremonias o edificios, sino tú el que me hace inclinarme y doblar mis rodillas. Solo tú Señor me deslumbras con tu gloria y me llenas de admiración. Cuanto más descubro de ti, de tu obra más se llena mi alma de vida, de esperanza, de gozo.
Te pido que mi fe crezca y mi adoración también.
Te pido que otros vean, crean y te adoren.