El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir, yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Muchas razones hay para que tú, Dios mío, ames a tu Hijo, pues al fin y al cabo compartís la misma naturaleza y lo hacéis desde toda la eternidad, la voluntad de uno es también la del otro y, por tanto, también los mismos propósitos. Tú, Padre, no pedirías al Hijo nada que no quisiera o pudiera hacer, y tu Hijo, mi Señor, no quiere mayor cosa que agradarte haciendo tu voluntad. Y aquí entro yo.
Tu Hijo es Señor de la vida (Hechos 3:15), creador de todo, sin necesidad de nada, adorado por toda la creación, incluyendo la multitud de ángeles a su servicio, desde el comienzo de todo. Y en cierto momento de la historia, movido por sentimientos que yo no llego a comprender o calcular, decide venir a este mundo a entregar su vida por personas como yo. No hay nada en nosotros que lo mereciera, u ofrenda o gesto que te moviera a hacerlo.
Me amaste a mí hasta el punto de morir en mi lugar, porque esto alegraría al Padre. Yo no fui la primera causa de la cruz, sino el medio.
Padre, de tal manera me has amado que dejaste que tu amado Hijo pagara con su muerte por mis pecados, y eso hizo que amaras más, si esto fuera posible, a tu Hijo.
Sublime obra de redención, yo pecador ser la causa de vuestro amor.