Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
¡Consumado es! ¡Gracias Padre por hacer que esto fuera así! ¡Gracias Señor por ofrecerte¡ ¡Gracias Santo Espíritu por hacérmelo entender!
Con estas palabras desde la cruz se estaba dando conclusión a todo el plan de redención que desde el cielo habías establecido. Toda la historia de tu pueblo culmina en esta cumbre. Desde la cruz y con estas palabras puedo ver la certeza y extensión de mi salvación.
Cristo cumplió todas tus demandas; es decir, todo lo que yo necesitaba para ser rescatado, perdonado y adoptado por ti. Obedeció todos los preceptos de la Ley, todas las indicaciones de sus rituales, sacrificios y ofrendas. No dejó nada en el aire. Pudo decirte que ya todo estaba hecho y estaba bien. Con razón tú puedes decir que estabas satisfecho con él (Mt.3:17; 12:18; 17:5).
Al consumarlo todo, no dejó espacio para mí, ya no me queda nada por hacer, y no porque yo pudiera haber añadido algo por hacer, al contrario, mis intentos y esfuerzos serían un estorbo. De principio a fin toda la obra de salvación de mi alma estaba en sus manos, menos mal, y lo consiguió. A mí solo me resta tomarla y darte toda la gloria y ofrecerte mi servicio de gratitud por ella.
La cruz fue el sello, la rúbrica, al final de la obra, el altavoz que se requería para esta declaración, la tarima, el altar donde yo puedo ver mi sentencia clavada y mi salvación conseguida. ¡Gracias!