Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Yahveh en la tierra de los vivientes. Aguarda a Yahveh; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Yahveh.
¿Qué me espera en el día de hoy? ¿Y mañana? ¿Qué será de mí en los últimos años?
Cada día tiene su propio afán y yo también corro el peligro de caer en la ansiedad (Mt. 6:34). Trabajo para recoger fruto y puede que no llegue a verlo. Mi fe parece pequeña y los enemigos de ella son grandes ¿Cómo podré resistir? (1 Ped. 5:9).
Como dice aquí tu palabra, habría razón para desmayar y abandonar sino fuera por tu promesa y convicción de que allí, sea donde sea que me lleven las circunstancias, estarás tú; que aun cuando mi fe decaiga, yo veré tu bondad, que si grandes son mis enemigos, aún más grande eres tú.
La seguridad de la victoria no está en mí, en mis dones, en mi intelecto o en mi fe, sino en ti solo.
Una vez más le repito a mi alma que espere y no desespere, que calle y escuche, que aguarde y no corra tras las voces engañosas. Tú obrarás y mostrarás tu bondad.
Esta promesa tuya debe impulsarme a obrar más y mejor, dejando el resultado en tus manos. Mi corazón será más fuerte y sensible cuanto más descanse en ti.