Después de estas cosas vino la palabra de Yahveh a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande.
Dios mío, me resultan refrescantes y de ánimo estas palabras tuyas a Abraham. Quiero pensar que yo puedo apropiarme de ellas, pues, aun cuando no pueda compararme a él, sí que tú sigues siendo el mismo Dios hoy para con los tuyos.
Te descubres como escudo, es decir, defensa y protección. Lo que quiere decir que tú no quitas los problemas, ni eliminas a los enemigos. La vida cristiana, mi vida, no estará nunca exenta de obstáculos y oposición, pero esto es tan cierto como que tú estarás siempre a mi lado, que serás mi protector mientras yo continúe en el ataque. Tú, como escudo, me hablas a mí como soldado. Y no es que me des algo concreto que me proteja, sino que te ofreces tú mismo, como la columna que acompañaría a Israel en el desierto (Ex. 13:21). Si tú estás conmigo ¿quién prevalecerá contra mí (Rom. 8:31)? Tú como escudo hace a mi alma invencible.
Algunos interpretan que al hablar del galardón hablas de ti mismo; es decir, que lo que tengo y lo que espero eres tú. Tú eres mi mejor regalo.
Ya no tengo que mirar tanto a enemigos, problemas o caminos difíciles, sino a mi escudo, a ti que me acompañas y me esperas al final.
Alma mía, no temas, estás segura en sus manos.