Entre las principales asignaturas pendientes de la Iglesia actual se encuentra, sin lugar a dudas, la del carácter de sus miembros. Tras la necesidad imperiosa de la sana doctrina fundamental (sin la cual no hay Iglesia), la del carácter de quienes la profesan está a la cabeza de la lista en importancia. Sin embargo, es uno de los aspectos más descuidados de la praxis cristiana hoy en día.
No es ninguna revelación afirmar que la Iglesia de hoy es fuerte en “obstetricia” y débil en “pediatría” (un tema que requiere atención y que quisiéramos tratar en un futuro). El enfoque moderno consiste en producir el mayor número posible de profesiones de fe e inflar las estadísticas del globo evangelístico, sin importar mucho si los nuevos conversos saben lo que creen y por qué lo creen. Aunque se hable mucho de “discipulado”, lo cierto es que muchos bebés espirituales están tan raquíticos y enfermizos que en cualquier momento algún “viento de doctrina” les puede causar
una fatal neumonía espiritual. Preocupa más la cantidad que la calidad. En general, no vemos un esfuerzo serio por formar el carácter de los conversos.
Y lo que es cierto en las iglesias también lo es en los seminarios e institutos bíblicos. No solo no se ve en los distintos prospectos una asignatura llamada Carácter cristiano, cuando se da cabida a tantos temas secundarios o irrelevantes, sino que a juzgar por los pírricos resultados no se está recalcando lo suficiente este concepto en las demás asignaturas que podrían incluirlo. Y si esto ocurre con los futuros prebostes, ¿qué podemos esperar de los demás?
Evidentemente, no se está siguiendo el modelo bíblico ni, más concretamente, el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo. Su enfoque principal durante su ministerio terrenal fue la formación del carácter de sus seguidores. El Sermón del Monte pone de manifiesto este principio. Las Bienaventuranzas con que comienza no son sino una descripción del carácter esencial de los verdaderos cristianos. En contraste con el activismo moderno, Jesús recalcó la importancia fundamental del “ser” (más bien que del “hacer”) de sus discípulos. Durante tres intensos años buscó transformar al veleidoso Simón en el impertérrito Pedro, al hijo del trueno que era Juan en el discípulo del amor, al zelote Simón en amigo del recaudador de impuestos que era Mateo; y así con los demás.
Pero ahora nos deja estupefactos la plétora de líderes y cristianos de base que carecen del más elemental carácter cristiano: creyentes inmaduros, dominados por el orgullo, la autosuficiencia, la indisciplina, el egocentrismo, los extremismos, los dogmatismos, los personalismos y, en definitiva, por la estulticia; personas que no saben perdonar, que no están dispuestas ocupar un segundo plano, que solo quieren apoyar lo suyo (en el sentido más estrecho de la palabra), que no cuentan con nadie, que parecen poseer el don de la infalibilidad, y un largo etcétera.
Con un bagaje humano tan podrido en sus filas, la Iglesia no puede prevalecer en un mundo inmerso en el albañal de semejantes miserias. Por elocuentes que sean los evangelistas, por millonarias que sean tas campanas, por estruendosa que sea la música, por enjundiosa que sea la farándula, por divertidos que sean los payasos, si hay falta de carácter cristiano, a la larga todo está abocado al fracaso: hasta los aparentes avivamientos de Latinoamérica. Es interesante notar que Jesucristo no utilizó su breve tiempo en la Tierra para orquestar grandes campañas evangelísticas, sino para formar el carácter de doce hombres que revolucionarían posteriormente el mundo de entonces.
Hoy más que nunca, la Iglesia tiene el ineludible deber de formar el carácter de quienes la integran, y la principal responsabilidad recae en sus ministros como mentores ordenados por Dios. Si es necesario, habrá que quitar tiempo a otras actividades e invertirlo en formación de carácter, porque esto, a su vez, repercutirá favorablemente en todos los demás aspectos de la vida de Iglesia. Aun desde estas páginas querríamos hacer nuestra humilde contribución en este sentido.
Querido hermano, sigue el consejo de Proverbios: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida” (4:23 LBLA). En tu corazón es donde se forma tu carácter. Aliméntalo, pues, con las sanas palabras de Nuestro Señor Jesucristo y purifícalo con la influencia vivificante del Santo Espíritu, de manera que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Quizá sea mucho lo que tengas que sacrificar, grandes las humillaciones que hayas de sufrir, poderosos los esfuerzos que debas hacer, pero merece la pena. Corre la carrera que tienes por delante, pero hazlo movido por un carácter auténticamente cristiano, si es que no quieres correr en vano.
Publicado anteriormente en la revista cristiana Nueva Reforma.