“El paso previo para la salud es la aceptación de la enfermedad” (Mt. 9:13; Jn. 9:41)
No hace mucho leí en una revista, que hace pasar por cristiana, que los niños no tienen pecados, que son puros e inocentes como los propios ángeles.
Aparte de un desconocimiento voluntario de la enseñanza bíblica, hay en esta aserción un ojo ciego a la realidad de cómo los niños actúan y de cuál es la causa secreta que los impulsa a ello. No quiero decir que los niños no son, por otra parte, encantadores y dignos de nuestro amor, antes bien, son criaturas preciosas. Ni tampoco es mi propósito hablar aquí del pecado de los niños.
Pero hay dos cosas que supongo son la raíz de la causa que hace que muchos opinen, contra toda evidencia, de la manera en que lo hacía aquella revista. Una cosa es que en vez de estar comprometidos con el Evangelio y desear agradar a Cristo, lo están con los hombres. Por supuesto, que decir que los niños no tienen pecado va a recibir la aprobación de la gente de hoy en general.
Y se prefiere seguir al espíritu de la época.
La otra cosa es que en el fondo se cree que el hombre (del que si quiero hablar) no es básicamente un pecador. En realidad, ni siquiera hoy se cree ya en el pecado con el significado y la implicación que la Biblia le da.
Los cristianos que deseamos estar basados en la Palabra de Dios, creemos que el hombre es por naturaleza un pecador. Esta es una vieja afirmación bíblica que sigue siendo verdad en nuestra época, y estamos convencidos de su importancia y de los grandes beneficios que el reconocer esto de corazón y ante Dios representa para cada individuo en particular. Y no es que nos guste esto, es sencillamente que es la realidad, nos guste o no, y no queremos vivir engañados pensando que somos lo que no somos y teniendo una idea falsa de nosotros mismos.
Queremos aceptar el veredicto y la opinión de Dios sobre el hombre. ¿Y cuál es ella?: que somos pecadores.
PECADORES AL FIN Y AL CABO
Cada uno de nosotros ha nacido en distintos ambientes y tenemos nuestras propias características, en parte heredadas y en parte personales. Unas personas superan a otras en cualidades naturales, en cierta bondad de carácter, en buen humor, en simpatía. Pero cuando Dios nos considera. Él ve que somos pecadores.
Esta naturaleza nuestra puede ser educada o disciplinada para no robar o no adulterar. Puede ser civilizado. Y aunque todo esto es bueno hacerlo, no obstante, a pesar de nuestros esfuerzos, seguimos siendo pecadores y no hay justo, ni aún uno, delante de Dios.
Lo mejor en nosotros está invadido por el egoísmo. Al final de cada avenida de nuestros sentimientos o acciones está “El Yo”.
Todo en nosotros está tocado por ese mal que la Biblia llama el pecado.
Y cuanto hagamos con esta naturaleza nuestra en su estado natural, no puede agradar a Dios (Ro 8:8). Esta naturaleza nuestra no es apta para el cielo. Dios ha de efectuar un cambio en ella.
Si, esto es lo que Dios dice de nosotros: Que somos pecadores. Y que hemos pecado (Ro. 3:23). Y pecado es transgresión, y la transgresión contrae culpas, y la culpa nos acarrea condenación o muerte eterna (Ro. 6:23).
A ti que leas estas líneas, ¿te has visto tú alguna vez ante Dios como un pecador así? De entre las cosas mejores que puedes encontrar en esta vida, una de las más vitales es el descubrimiento de que tú eres sencillamente un pecador. Acéptalo humildemente ante Dios.
Pero escucha, el aceptar espiritualmente esta realidad es lo que te pone más directamente en el camino de descubrir en toda su grandeza una verdad aún mejor: que Dios ha hecho una provisión para los pecadores en Cristo Jesús que murió por los pecadores. Y te pone en vías de ver y entender la obra del Hijo de Dios por ti y tu necesidad de arrepentimiento.
Lee atentamente: Romanos 3:23-24; Romanos 6:23; 1 Timoteo 1:15 y Juan 3:16.