familia“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” Hechos 16:31

Muchos de los miembros de las iglesias locales son personas que “han nacido en un hogar cristiano”, como se suele decir. Pero hay otros muchos que no tienen ese privilegio y para quienes el hecho de haber recibido a Jesús les pone en contra de lo que cree su familia. Mientras que algunas familias se muestran tolerantes con sus miembros que se convierten al Señor, otras se oponen y les tratan con frialdad o incluso con hostilidad.

Es lógico que el creyente que se encuentra en esa situación se pregunte: “¿Qué puedo hacer para que mi familia se salve de su pecado?” Por supuesto que sabe que tiene que orar por ellos y aprovechar las oportunidades que Dios le dé para hablarles de su fe en Cristo, aunque parece que no le entienden.

Luego un día, mientras busca en la Biblia algunas palabras de ánimo, se encuentra con el texto que encabeza este artículo. Y se pone a pensar de la forma siguiente: “Si creo en el Señor Jesucristo, esto no sólo quiere decir que soy salvo, sino que quiere decir también que son salvos los miembros de mi familia, aunque no entiendan ni aceptan para sí mismos la salvación que les ofrece Cristo. ¡Qué maravilloso! Por medio de mi fe en el Señor Jesús, he podido salvarlos del pecado, y ya no tendré que orar por su conversión”.

Pero mucho me temo que este creyente se haya equivocado en su interpretación del texto que ha leído. Es que las palabras “tú y tu casa”, según entiendo, tienen que interpretarse a la luz de la primera parte del texto, es decir, “Cree en el señor Jesucristo”. En efecto, lo que el apóstol Pablo le dijo al carcelero de Filipos fue más o menos lo siguiente: “Creed en el Señor Jesucristo tú y tu casa, y seréis salvos.” Pienso que esta interpretación está de acuerdo con la doctrina de la salvación, tal y como la vemos en el Nuevo Testamento; y de los versículos siguientes se puede entender que las otras personas que pertenecían a la casa del carcelero recibieron positivamente el mensaje del Evangelio que los apóstoles compartieron con ellos, por lo cual llegaron a ser salvos.

No podemos salvar a nuestros familiares. Cristo es el único que lo puede hacer, y nuestra responsabilidad en este asunto consiste en orar por ellos, mostrarles el amor de Cristo, y mantener un buen testimonio de fe a través de nuestros hechos y nuestras palabras. Tenemos que dejar que el resto de la obra la realice Dios, porque en verdad, Él es el único a quien se le puede atribuir el calificativo de “Ganador de Almas”.

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