“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” Hch. 3:19
SIN CONVERSIÓN NO HAY PERDÓN
No hay ninguna posibilidad de ser salvados sin que Dios nos perdone o borre nuestros pecados. Ellos han violado la Ley de Dios y han causado una profunda división entre nosotros y Él. Y sin que nuestros pecados sean quitados de en medio por Su perdón, no hay manera de ser reconciliados con Él.
Es verdad que Jesucristo murió para expiar el pecado y que en Su muerte está la única base de nuestro perdón. Pero aun así, nuestros pecados permanecen hasta que Dios, de una forma personal e individual, nos perdona en virtud de esa muerte de Cristo. Y es imposible que Dios nos perdone a menos que, de corazón, nos arrepintamos de ellos y nos convirtamos a Él.
Es, pues, necesaria e imprescindible la conversión.
LO QUE NO ES LA CONVERSIÓN
Posiblemente nunca hayas oído que te es necesario convertirte a Dios. Y no me extraña, porque comúnmente se cree (así nos lo dijeron) que en el bautismo se nos daba ya, de forma inherente, la gracia de la conversión, y por tanto, ya éramos cristianos convertidos.
Pero el bautismo jamás fue instituido por Cristo para hacer a nadie converso o cristiano.
En el Nuevo testamento vemos que el bautismo siempre se aplica a los ya convertidos y a nadie más que a ellos. Recuerda que, por mucho que te hayan dicho, a pesar de tu bautismo sigues inconverso.
Tampoco se es convertido por abrazar a una iglesia establecida, sea esta cual sea. Si crees que eres convertido por que tu nombre figura en el registro de una determinada confesión religiosa, recuerda que sigues inconverso.
Igualmente tampoco hace a nadie convertido el hecho de practicar cualquier forma de cristianismo y seguir celosamente las ordenanzas de una iglesia. Todo esto, en sí mismo, no convierte a nadie. Millares de personas hacen esto y, sin embargo, siguen inconversos.
LO QUE ES LA CONVERSIÓN
En una vuelta total y sincera al Dios de la Biblia, quien es el único Dios viviente y quien amablemente nos invita a ir a Él, vamos a introducirnos en el conocimiento de quién es Él y de lo que ha dicho y hecho: “porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que lo hay y que es galardonador de los que le buscan”. Por tanto, lo primero que te recomiendo con urgencia es buscar conocer más al Dios que te ha creado y delante del cual infaliblemente tendrás que ir un día. Y si dije antes que Él es el Dios de la Biblia, busca en ella y pregunta también a los que sinceramente creen la Biblia.
Convertirse a Dios incluye aceptar su verdad y dejar la nuestra; tomar sus caminos y abandonar los nuestros; dejar el pecado y la mentira y volver a Dios arrepentido y lamentando haberle ofendido durante toda nuestra vida, porque contra Él hemos estado pecando.
Es una vuelta como la del hijo pródigo, quien previamente anduvo haciendo su voluntad y viviendo a su manera, lejos del padre.
La verdadera conversión es una vuelta tal, que cambia la manera de pensar, de actuar y de vivir. Así, la persona, siendo la misma, se ha convertido en otra que camina en otra dirección, radicalmente opuesta y nueva.
Pero lo más maravilloso es que la conversión incluye una fe personal en Cristo, el Hijo de Dios, como el único Camino a la salvación. El convertido ha abandonado toda su confianza en sus propios méritos o esfuerzos para salvarse, y con la confianza de un niño, se ha aferrado con todas sus fuerzas a la muerte de Cristo y a la Sangre que Él derramó como lo único que le borra sus pecados, dejándolo limpio ante Dios.
Descansa simplemente en esto, creyendo de corazón que Dios envió a su Hijo como sustituto a morir en tu lugar, pagando de esta forma tus pecados. (Nada hay más sorprendente y maravilloso que esto)
Al que así se convierte a Dios, Él lo recibe, lo perdona y no toma en cuenta sus pecados; reconciliado con Él y salvo para siempre.
La situación del convertido es la más dichosa de todas, porque camina y está en paz con Dios, habiéndose quitado la división que existía (Ro. 5:1).
Desde ese momento, cuando la conversión es verdadera, en el corazón del convertido sólo habrá gratitud.
¿QUÉ DEBEMOS HACER?
Se desprende, por tanto, que los no convertidos no gozan aquí de comunión alguna con Dios.
Si, muchos de ellos dicen que conocen a Dios y que tienen su favor, pero no es más que una ilusión de su imaginación alentada por una falsa esperanza y una enseñanza no conforme a la verdad. Y lo que es aún peor, el no convertido morirá en sus pecados, siendo condenado por ellos y por haber menospreciado de hecho el ofrecimiento gratuito de la salvación en Cristo (Jn. 3:16-19; Mr. 16:16: Lc. 13:1-5).
Sin la conversión, pues, no podemos ver el bien ni la vida eterna.
Así que, esto demanda una respuesta inmediata y urgente. Es una cuestión de vida o muerte (1 Jn. 5:9-12) El cielo y la tierra pasaran pero no Sus palabras. Y estas nos lo señalan de forma inequívoca:
“Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados”