Cuando una persona se entrega a Cristo, y así comienza una relación personal con Dios, suele darse cuenta de la grandeza del Señor y de su propia pequeñez. Entonces, es fácil que piense que debe tener miedo de Dios, porque si un creyente es una persona que se ha reconocido indigna de la misericordia de un Dios santo y justo, ¿no es natural temer que el Señor encuentre en nosotros un defecto suficientemente grave como para que Él haga que lo pasemos mal? De hecho, la imagen que algunos creyentes tienen de Dios, es la de un padre autoritario que gobierna a sus hijos con una vara de hierro y que quiere infundirles miedo en el corazón para que le obedezcan incondicionalmente. Estos creyentes se fijan en algunos pasajes del Antiguo Testamento donde se cuenta que el Señor actuó con dureza contra personas que pertenecían al pueblo de Israel, Su pueblo escogido, pero que hicieron cosas que provocaron Su ira. Llegan a la conclusión de que Dios puede, en cualquier momento, actuar de la misma manera contra Sus hijos adoptados en Su familia universal, es decir, la Iglesia.
Existen temores concretos relacionados con lo que se piensa que Dios puede hacernos si no estamos a la altura de lo que Él espera de nosotros, Por ejemplo, algunas personas tienen miedo de que Dios deje de amarlas, a pesar de que la Biblia nos dice que Él es amor y por lo tanto no puede dejar de amar a aquellos que ha salvado. Luego, hay quienes tienen miedo de Dios por la posibilidad de que Él les haga sufrir una enfermedad o un accidente grave como castigo de algún pecado cometido. Aunque es verdad que ciertas desgracias de estos dos tipos resultan del hecho de pecar, no se puede afirmar tajantemente que Dios las mande como manera de castigar a Sus hijos rebeldes, ni mucho menos se pueden ponercomo justificación del argumento de que Dios quiere que tengamos miedo de Él.
Hay otro temor que algunos creyentes tienen en el corazón, y se trata deun asunto grave desde el punto de vista doctrinal: el temor a perder la salvación. Estas personas creen que el cristiano tiene la salvación mientras haga la voluntad de Dios en su vida diaria, pero que Dios se la puede quitar en el caso de que deje de hacer Su voluntad y vuelva a las corrientes del mundo. Según su manera de pensar, el ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (Filipenses, cap.2, vs.12) significa que tenemos que hacer, para el Señor, obras dignas de nuestra salvación, pero con el miedo de que nuestra naturaleza humana pueda en cualquier momento hacer que nos desviemos de los caminos de Dios, por lo que Él nos puede quitar la salvación que nos ha dado. Además de ser una interpretación errónea de la expresión “con temor y temblor” (puesto que su autor, el apóstol Pablo, pretendía así hacer comprender a sus lectores la importancia de tomar en serio su salvación), este argumento pasa por alto la incuestionable fidelidad de Dios en relación con Sus promesas. En otro lugar del Nuevo Testamento, Pablo escribió las palabras siguientes acerca de Dios: “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a Si Mismo” (2ª Timoteo, cap.2, vs.13). Aquí encontramos la razón por la que los creyentes podemos estar seguros de nuestra salvación eterna: el Señor no cambia de opinión acerca de si debemos seguir siendo salvos, ya que es siempre fiel en todas Sus promesas. Lejos de querer que tengamos miedo de Él, Dios ha puesto a nuestro alcance la posibilidad de que disfrutemos gozosos Su presencia en nuestra vida diaria.
Entonces, ¿qué quieren decir los autores bíblicos cuando hablan de la necesidad de que los creyentes teman a Dios? El problema se encuentra en el hecho de que las dos palabras que más se utilizan en los manuscritos originales (“yare” en el Antiguo Testamento, y “phobeo” en el Nuevo Testamento), traducidas como el verbo “temer” en lengua castellana, tienen en algunos lugares el significado de “tener miedo” y en otros el de “reverenciar”. Para poner un ejemplo, podemos observar en unas palabras de Jesús expuestas en Mateo, cap.10, vs.28, que aparece dos veces este verbo, y lo que Él está diciendo es lo siguiente: “No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; en cambio, reverenciad a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Queda claro que nuestra actitud para con Dios tiene que ser una de reverencia, por ser quién es: el Rey de reyes, y el Señor de señores.
¿Qué diremos, pues, de aquellos creyentes que tienen miedo de Dios? Pienso que la respuesta a esta pregunta es bastante sencilla: Le conocen poco. Si miramos unos versículos que se encuentran en el capítulo 4 de la primera carta del apóstol Juan, nos daremos cuenta de la relación que existe entre el crecimiento de nuestro conocimiento del Señor y la eliminación de cualquier rastro de miedo que puede haber en nuestro corazón. El versículo clave es el 18, donde se enseña que “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor”. Este perfecto amor sólo puede ser el que proviene de Dios, así que si queremos desprendernos del miedo, nos hace falta profundizar nuestra relación personal con Él. Por otra parte, Juan establece un vínculo estrecho entre la experiencia de conocer a Dios, y el hecho de permitir que su amor obre en nosotros, según se puede entender en lo que afirma en los versículos 7, 8 y 16: “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros.” Cuanto más conocemos a Dios, más fácil resulta amarle, y más se perfecciona Su amor en nosotros, echando fuera el temor, y así nos damos cuenta de que nos ha salvado para que Le obedezcamos y reverenciemos, pero no para que tengamos miedo de Él.
Hay una cosa más que nos enseña que nuestra relación con el Señor debe quedarse libre de miedo. En su carta a los Romanos, el apóstol Pablo escribió lo siguiente: “No habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Cap. 8, vs. 15). Si Dios hubiera querido que el miedo fuera una característica de nuestra relación personal con Él, no nos hubiera concedido el privilegio de llamarle “Abba” (que significa literalmente “Papá”). Y como Sus hijos amados, no tenemos nada que temer en lo que se refiere a Sus propósitos para nosotros, porque, en palabras que el Señor le dio al profeta Jeremías: “Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros: pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis" (Jeremías, cap. 29, vs.11).