“Yo soy Yahvé tu Dios, que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las servirás; porque yo soy Yahvé tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen y que hago misericordia a millares a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Deuteronomio 5.6-10).
EL SEGUNDO MANDAMIENTO DE LA LEY DE DIOS
Vivimos en una sociedad en la que conviven todo tipo de culturas, religiones, razas e idiomas, y es bien llamada, por eso, pluralista. Pero en realidad ¿qué es el pluralismo? Además de lo expuesto, esta diversidad también contribuye a la existencia de una verdad espiritual. No importa lo que una persona crea, esa creencia debe ser aceptada y respetada para no herir la sensibilidad del individuo, pues nadie, dicen, está en posesión de la verdad. Nosotros es, en parte, lo que hacemos: Respetar. No podemos, sin embargo, aceptar las tendencias contrarias a la Ley Santa de Dios.
Él nos exige: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Deuteronomio 5:7); Cristo declara:”Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6); y los mismos discípulos insistieron: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Estos tres versículos también son claros y reveladores ¿verdad?
Sobre la necesidad de cumplir éste y los otros mandamientos recuerda que el mismo Jesús nos dice: "No penséis que he venido para abrogar la Ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; más cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos" (Mateo 5.17-19).
Cuando en la Biblia aparecen los términos ídolo, imagen e idolatría, se refieren a escultura o pintura que representa a Dios, no sólo a dioses extraños o extranjeros al pueblo de Israel, sino que cuando el pueblo de Israel hace estatua que representa a Dios para sentirlo más cercano, Él siempre rechaza esa imagen y pregunta: "¿a qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?" (Isaías 40.18). Un ejemplo claro lo encontramos en 1ª de Reyes 12.28 "Y habido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Harto habéis subido a Jerusalén: he aquí tus dioses, oh Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto". Aquí nadie puede dudar que el Dios que sacó a Israel de manos de los egipcios fuera otro que Yahvé, el único Dios.
Incluso en el Nuevo Testamento redunda en esta idea "siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, escultura de arte y de imaginación de hombres" (Hechos 17.29).
No creas que sólo en pasajes aislados se refiere Dios a las imágenes o idolatría. Si lees su Palabra verás referencias continuas a este tema, por ejemplo, en el Salmo 115 y el capítulo 4 de Deuteronomio, entre otros.
Hoy, las metas, prototipos, anhelos y casi todo lo que ve “con buenos ojos” nuestra sociedad, es decir, los valores que se promueven con máximo exponente, son idolatría. No me refiero exclusivamente a estatuas, sino al amor, pasión o devoción que se le profesa con prioridad a todas las cosas mundanas, excluyendo a Dios (amor al dinero, belleza, poder, etc.)
En el Nuevo Testamento, Jesús nos hace ver que todas las cosas que anhelemos antes que a Dios, también son idolatría: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22.37).
Queda claro que lo primero es el reino de Dios y su Justicia perfecta, el resto será añadido por Él (Mateo 6-33). Debemos amar, alabar o rendir culto sólo a Dios, dejando nuestras necesidades en sus manos, pues Él, es Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente.
No debemos adorar, ni desear, a persona, animal o cosa que no sea a Él, pues cometeríamos idolatría.
CONCLUSIÓN
Replantéate la idea fija que tenías sobre las imágenes y deseos mundanos. Desecha la creencia de que con su adoración y veneración a nadie haces mal, pues es todo lo contrario, a ti te lo haces, y sin querer no adoras a Dios, sino que estas quitándole la Gloria y la honra que Él se merece.