aguaEsta es una pregunta que me he hecho en más de una ocasión, sobre todo después de oír testimonios de fe dados por personas que han tenido que sufrir experiencias dramáticas para llegar a conocer a Cristo como su Salvador. También he leído relatos acerca de reuniones evangelísticas en las que el predicador les ha hecho a sus oyentes un llamamiento a la conversión, al cual algunos han respondido con lágrimas en los ojos. Me he preguntado si este tipo de cosas es lo que significa convertirse de verdad, en contraste con la experiencia poco dramática y poco emocional que tuve cuando me convertí hace muchos años .Y luego, a raíz de esta pregunta, me han surgido en la mente otras relacionadas con mi estado espiritual: ¿Estoy engañándome a mí mismo y a otras personas cuando digo que soy salvo? ¿Soy una de aquellas personas a quienes se refería Jesús, cuando afirmó que no todos los que le llamaban “Señor” entrarían en su reino? ¿Me falta algo para que Dios me acepte como hijo suyo aún después de comprender que Cristo murió por mí y creer en su Palabra? ¡Ojalá hubiese experimentado una conversión tan impactante como la que tuvo Saulo de Tarso mientras iba a Damasco!

Pero, ¡Esperemos un momento! ¿Fue la experiencia en el camino de Damasco el factor que hizo que Saulo se convirtiese de ser un pecador perdido a ser un pecador salvado? No cabe la menor duda de que le impactó mucho, porque cuando ya se le conocía como ” Pablo, el apóstol “, la describía como parte de su testimonio de fe ante las autoridades, como se puede constatar en los capítulos 22 y 26 del libro de los Hechos. Ahora bien, me parece interesante notar un detalle que Pablo incluye en el primero de estos dos relatos de su conversión. Se trata de las palabras que aparecen en el versículo 16 del capítulo 22, las cuales el apóstol recuerda que le dijo Ananías, un discípulo que vivía en Damasco:

“Ahora, pues, ¿Por qué te detienes ‘? Levántate, bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre.”

Quisiera destacar la última parte de este versículo, porque nos enseña que aún después del incidente en el camino de Damasco, a Saulo le quedaba por resolver el asunto de sus pecados. Aunque el Señor había decidido que era necesario que Saulo se diese cuenta del error de su compor- tamiento antes de llegar a la ciudad, no se completó su conversión hasta el momento en el que se levantó, se bautizó, y lavó sus pecados invocando el nombre de Cristo, o, dicho de otro modo, decidió dar el paso de fe sumergiéndose en la persona de Jesucristo y pidiéndole que le perdonase los pecados. Fue entonces, en la quietud de aquella casa, que Saulo conoció a Cristo como su Salvador personal.

Estoy convencido de que pocas son las personas cuya conversión sea el resultado de una experiencia espiritual dramática o emocionalmente impactante, y de que somos muchas las personas que hemos llegado a conocer a Cristo por algún medio poco espectacular. Dios quiere que los pecadores perdidos se arrepientan de sus pecados, pero no exige que sea siempre de la misma manera. Entonces, ¿Cómo puedo saber si me he convertido de verdad? La respuesta es la siguiente: si he llegado a comprender y a creer la palabra que Dios me ha revelado por su gracia, es decir, que soy pecador y que sólo mediante la sangre de su Hijo Jesucristo puedo obtener el perdón de mis pecado, y si he dado el paso de fe para que esta palabra de la salvación se aplique a mi vida, ya tengo la seguridad de haberme convertido.

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