Hoy en día, este término se emplea a menudo en el contexto profesional, para destacar la importancia de que los trabajadores de una empresa unan sus esfuerzos por el bien de la misma. Pero, ¿con qué frecuencia oímos aplicarse el mismo término al funcionamiento de las iglesias locales? ¿Pensamos que no importa mucho el que trabajen en equipo los miembros de una iglesia, siempre y cuando el pastor está cumpliendo con sus responsabilidades? Sin embargo, estoy convencido de que Dios les envía Su bendición a los creyentes que practican la costumbre de trabajar juntos para la causa de Su reino.
Aunque es verdad que todos los miembros de una iglesia local deberían funcionar como si fueran un equipo, edificándose los unos a los otros mediante sus hechos y palabras, pienso que el principio del trabajo conjunto debe tener su mayor eficacia al nivel de los ministerios que existen dentro del pueblo de Dios. En la Biblia, el primer ejemplo de esto es el “equipo de jueces” que Moisés nombró para ayudarle en el trabajo de solucionar problemas de convivencia que surgían entre los israelitas (véase el capítulo 18 del libro de Éxodo). Pero es en el Nuevo Testamento donde vemos que se aplica más este principio. Por ejemplo, la iglesia de Jerusalén fue la pionera de la idea de que cada iglesia local tuviera un “equipo de diáconos” (Hechos, cap.6). Más tarde, la iglesia de Antioquía, guiada por el Espíritu Santo, puso en marcha un “equipo de misioneros” (Hechos, cap.13), que empezó con sólo dos personas (Pablo y Bernabé), pero que creció numéricamente con el paso del tiempo. Dentro de las iglesias locales del comienzo del siglo veintiuno, no es extraño que haya una diversidad de equipos cuyos componentes están dedicados a ministerios concretos. Quiero decir, que una iglesia puede disponer de un “equipo de predicadores”, un “equipo de maestros y maestras de los niños y jóvenes”, un “equipo (o grupo) de alabanza”, etc. Algunas iglesias tienen incluso un “equipo de oración” que está dedicado a atender de una manera especial a las personas que sienten la necesidad de compartir sus cargas con alguien.
La existencia de estos “equipos ministeriales” es el resultado del hecho de que algunos creyentes se han dado cuenta de los dones que han recibido de Dios, y han querido que se utilicen para el crecimiento y la bendición de su iglesia local, en colaboración con otros hermanos. Ahora bien, el enfoque cristiano del principio del trabajo de equipo incluye unos puntos claves. En primer lugar, todo equipo ministerial debe tener, como objetivo común de sus componentes, la gloria del Señor Jesucristo, puesto que el trabajo se realiza bajo Su autoridad. En segundo lugar, la relación entre las personas que pertenecen a un equipo debe ser siempre armoniosa e inspirada por el amor de Cristo; dicho de otra manera, no caben las rivalidades personales, ni el deseo que puede tener alguno de los componentes de intentar que los demás le reconozcan como el “líder” del grupo, aunque tenga más conocimientos y experiencia que ellos. Y en tercer lugar, el equipo debe estar abierto a la posibilidad de que entren personas nuevas, y preparado para la baja de personas que llevan algún tiempo trabajando en él pero que, por el motivo que sea, no pueden seguir perteneciendo a él.
Se podrán decir más cosas acerca de estos puntos y otros que puedan corresponder a este tema. No obstante, terminaré planteándole una pregunta al lector de este artículo: ¿hasta qué punto estás involucrado en algún “trabajo de equipo” que sirva para que el reino de Dios se dé a conocer en este lugar?