Raramente se recuerda que una de las razones por las que Jesucristo vino a este mundo fue para vencer a Satanás. En parte, este olvido se debe a que algunos de nuestros contemporáneos no se encuentran muy a gusto con las referencias al diablo. Mencionarlo siquiera coloca inmediatamente a los que lo hacen en una posición trasnochada y caduca.
No está precisamente de moda creer en la existencia de Satanás y, si aparece, es a modo de caricatura o burla. Aun así, otros tantos, siguen creyendo en el diablo y sus poderes. Lo vemos en las diversas formas que adopta el ocultismo en nuestros días.
En sus “Cartas del diablo a su sobrino” el escritor C.S. Lewis resumió admirablemente nuestras modernas actitudes frente a Satanás: “En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero”. En la Biblia, Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Si Dios es el autor de la vida, el diablo lo es de la muerte. Sin anular en absoluto la completa responsabilidad humana detrás de los acontecimientos como Auschwitz, o las del tirador asesino en las mezquitas de Christchurch en Nueva Zelanda, Jesús apunta al hecho de que las actitudes violentas y homicidas tienen una íntima y oscura relación con la actividad satánica: Juan 8:44.
Por eso, el Nuevo Testamento conecta la obra de Cristo en la cruz con la derrota de Satanás y de todas sus huestes. Cristo ha venido a traer vida y vida en abundancia, Juan 10.10. Para sacar a la luz la vida y la inmortalidad, Jesús debía desarmar a Satanás. En el evangelio de Lucas, por ejemplo, leemos que: “Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee.
Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín”, Lucas 11:21,22. El contexto de estas palabras, que aparecen en los tres evangelios sinópticos, muestra que Jesús tiene en mente a Satanás, también conocido como Beelzebú, el príncipe de los demonios. Cristo, por medio de esta ilustración, nos muestra que ha acudido al rescate de los cautivos del diablo, ese malvado usurpador de la creación de Dios. El Apóstol Juan lo presenta así: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”, 1 Juan 3:8. Juan afirma que todo lo malo que ha hecho el maligno será desbaratado por Jesucristo. El autor de la Epístola a los Hebreos también se hace eco de la obra de Cristo con respecto a Satanás, cuando afirma que: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”, Hebreos 4:14,15. Aquí vemos la tremenda compasión de Cristo para una humanidad engañada por Satanás, y sujeta a la muerte y al miedo.
Pero, la gran pregunta que tenemos que hacernos es cómo venció Cristo a Satanás. La respuesta que nos dan las mismas Escrituras es que lo hizo en la cruz. El pasaje más claro al respecto es el que encontramos en la Epístola de Pablo a los Colosenses: “Y a vosotros, estando muertos en pecados... os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”, Colosenses 2:13-15. Los principados y las potestades es la manera en la que el Apóstol Pablo se refiere a Satanás y a sus ángeles caídos. Estos términos describen el dominio y autoridad del maligno y sus huestes. Solo el Hijo de Dios los puede derrotar. Y lo hizo, sostiene el pasaje, en la cruz. Los seres humanos hemos pecado. Somos culpables. Merecemos recibir el castigo de nuestra transgresión de la Ley de Dios que es la muerte en todas sus dimensiones, espiritual, física y eterna. Pero el texto dice que Cristo nos ha perdonado. Lo hizo en la cruz, al pagar Él allí, como nuestro Sustituto, las deudas incurridas por nuestros pecados. Al perdonarnos nuestros pecados, nos ha liberado de Satanás y sus poderes. Cristo ha anulado la base de nuestro Adversario para acusarnos y pedir la muerte por nuestros pecados: esa acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era contraria. Pero, por causa de la obra de Cristo en la cruz, la deuda ha sido cancelada, borrados todos nuestros pecados, exclusivamente por causa del sacrificio de Cristo en el Calvario. Por eso Pablo, después de los acontecimientos del Calvario puede afirmar confiadamente: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica”, Romanos 8:33. Por ello, en el libro de Apocalipsis leemos que la iglesia que Cristo ha redimido ha vencido a Satanás: “por medio de la sangre del Cordero”, Apocalipsis 12:11. Nuestros adversarios diabólicos han sido derrotados, desarmados y degradados públicamente por la victoria de Cristo en la cruz. En el lenguaje simbólico de Apocalipsis nuevamente, Satanás ha sido “lanzado fuera”, Apocalipsis 12:9,10.
La confirmación de esta victoria de Cristo en la cruz es precisamente su resurrección de entre los muertos. Si Cristo no hubiera cancelado nuestros pecados en la cruz, entonces no se habría levantado de entre los muertos. El Apóstol Pedro declara que, al Cristo resucitado y ascendido hasta la diestra de Dios, le “están sujetos ángeles, autoridades y potestades”, 1 Pedro 3:22. El anuncio de la resurrección es asimismo el de la derrota de Satanás y sus huestes que tuvo lugar ya en la cruz. La resurrección es la demostración más palpable de la victoria del Hijo de Dios sobre el pecado y Satanás, es la vindicación de Jesús cómo El Hijo de Dios, Romanos 1:4. Pablo añade que solo resta la abolición de la muerte misma en la Segunda Venida de Cristo.
El Cristianismo es, fundamentalmente, el anuncio de una victoria y de un vencedor, Jesucristo. Ese triunfo es, igualmente, el de su iglesia ya que la victoria del Señor Jesús se extiende sobre todos los que creen en El y vienen a sí a ser suyos. Es verdad que la consumación del triunfo está por llegar todavía, con la Segunda Venida de Cristo. Entonces, hasta la misma muerte será destruida, 1 Corintios 15:26. Mientras tanto, tenemos que resistir al diablo. Todavía continuamos pidiendo en oración: “no nos metas en tentación y líbranos del malo”, Mateo 6:13. Pero, rogamos con esperanza, sabiendo que es un enemigo vencido.
Este es el gran y glorioso mensaje de la fe cristiana: Celebramos a un Vencedor, a Cristo Jesús. A Aquel que ofrece ese triunfo a todos los que le reciben por fe como Señor y Salvador. ¿Es Él tu Señor y Salvador?
Artículo de José Moreno Berrocal publicado en la edición impresa del Semanal de la Mancha el 12 de abril de 2019, y posteriormente, en www.iglesiadealcazar.es