La vida y la muerte no depende de la riqueza o de la pobreza, ni de la inteligencia o de la sabiduría, ni del estrato social o rango familiar al que perteneces. Tampoco depende de lo positivo que seas o del trato recibido por la gente, ni del trabajo — trabajes mucho o poco — , ni de cualquier otra cosa que podamos imaginarnos y que nos afecte directa o indirectamente.
Sino que, la vida y la muerte le pertenecen a Dios, porque «Él nos la da y Él nos la quita» (1 Samuel 2:6-8), al igual que todas las cosas que tenemos o que tendremos. La muerte puede llegar en cualquier momento, disfrutes de la salud más robusta o de la más débil.
Por eso, hoy quiero exponer brevemente 6 puntos cruciales sobre la muerte, porque forman parte de nuestra naturaleza caída (Romanos 6:23).
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La muerte es el enemigo final
Como ya hemos dicho, el fin de la vida humana se presenta de múltiples formas y circunstancias, y cuando llega es irreversible, no hay escapatoria para nadie. Pero, más allá de lo dicho, y teológicamente hablando, la muerte se suele considerar como la separación del cuerpo y el alma. Por consiguiente, la muerte implicaría el final de la vida física, pero nunca el de la existencia. En la parte biológica experimentamos el desgaste de nuestros cuerpos (envejecimiento, enfermedades, aflicciones, etc.), lo que nos conduce a la separación corporal del mundo. Para la parte existencial, esto es, para el alma, solo hay dos caminos, uno para los que están unidos a Cristo y otro para los que no lo están. Para los primeros, ya no hay condenación (Romanos 8:1) ni separación de Dios, porque el último enemigo ha sido destruido; para los segundos, la muerte es el hijo que engendra nuestro peor enemigo: el pecado (Santiago 1:15). Y el pecado es de Satanás, quien «… cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:4).
Pero, para consuelo y esperanza de aquellos que no son de Cristo y que aún están vivos, diremos que, este enemigo final puede ser derrotado siempre y cuando estemos dispuestos a afrontar la Verdad, es decir, sometiéndonos a Dios. 1 Corintios 15:26 dice: «el último enemigo que será destruido es la muerte».
«En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido» (2 Corintios 6:2).
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La muerte es un enemigo universal
La muerte hace acto de presencia como un horrendo intruso en medio de toda la belleza y las maravillas del mundo en que vivimos, y es capaz de arrebatarnos muchísimas cosas. Sin embargo, esta no fue la intención original de Dios. La muerte apareció en este mundo como consecuencia del pecado del hombre, que quiso seguir su propio canino sin depender de Dios, negándole el derecho a gobernar nuestras vidas. Así, pues, por nuestra rebeldía «la paga del pecado es muerte… » (Romanos 6:23).
Como dijimos al principio, la muerte no hace distinciones, y no importa lo que intentemos demorar el proceso de envejecimiento, ninguno de nosotros escapará, pues, «…como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
Sin embargo, existe una maravillosa respuesta a esta horrenda perspectiva: ¡Jesucristo! Romanos 5:18 lo asevera: «Así, que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno (Cristo) vino a todos los hombres la justificación de vida», esto es, que todos los que creen en Cristo no morirán eternamente en espíritu, pues ya han sido justificados en Su obra perfecta de justicia y amor sobre la cruz.
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La muerte es un enemigo temible
Hoy día a muchos nos gustaría creer que después de la muerte solo nos espera la destrucción. Sin embargo, no es así. Dios, en Su Palabra, nos dice que la muerte no es «un punto muerto», sino que es una «bifurcación» en el camino; unos serán desviados a la derecha y otros a la izquierda, dicho de otra manera, unos irán al Reino de los cielos para salvación y otros al infierno para condenación (Mateo 25:32–33).
Todos seremos llamados a rendir cuentas por nuestras vidas. Hebreos 9:27 dice: «...está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto el juicio».
Sin embargo, muchos consideraremos que hemos sido buenas persona, pues no hemos matado, ni robado, hemos hecho buenas obras, hemos socorrido al amigo, etc. Pero, lo triste y peligroso es morir con la suposición de que, por estas obras, Dios nos considerará lo «suficientemente buenos» para adquirir la salvación. Sin embargo, esperar en esta buena conducta, demostrará ser la peor de las falsas esperanzas del ser humano (Efesios 2:8-9). A los ojos de Dios, todas estas obras son insuficientes. Isaías 64:6 dice que «...somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia».
Pero, lo maravilloso del tema, es que Dios nos ofrece la oportunidad de resolver nuestro futuro eterno de una vez por todas. Mateo 7:13-14 nos dice: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan», por lo tanto, Cristo nos está diciendo que el hombre que busca solo el camino fácil, espacioso y atractivo va directo a la condenación, y el que busca a Dios, aun con sus muchas dificultades, es bendecido con la salvación eterna.
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La muerte es un enemigo que separa
En el mundo caído en el cual vivimos, es normal que tengamos la separación de los seres queridos que la muerte lleva aparejada. Pero el Señor Jesús nos promete que para todos aquellos que le conozcan y confíen en Él, la muerte solo será una situación transitoria. Juan 6:40 nos promete que: «...esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero». De modo que, al convertirnos en cristianos verdaderos se nos reconcilia con Dios.
Pero aun, a pesar de que para los hijos de Dios, el «precio de sus pecados» ya se pagó en la Cruz del Calvario, sigue habiendo un coste para quienes deseen convertirse en genuinos seguidores suyos; y este valor que Dios nos exige es el compromiso con la Obra de Cristo y la extensión de su Reino aquí en la Tierra (Mateo 28:16-20), y como consecuencia, a amar «al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). También Jesús nos dice en Juan 12:26 que: «Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará».
¿Cómo estaremos seguros de que estamos cumpliendo lo que se nos pide en el Evangelio de Marcos y de Juan? Pues, sometiendo nuestras vidas cotidianas a la dirección y la guía del Señor Jesucristo, que dice en Juan 14:21: «El que tiene mis mandamiento y los guarda, ese es el que me ama».
Una vez que estamos sometidos a Cristo, guardemos sus mandamientos y lo amemos de todo corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, y lo sirvamos, ya no volveremos a separarnos de Dios; nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó. Y nada ni nadie podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy o nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno ni nada en toda la creación podrá separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:37-39).
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La muerte es un enemigo desafiante
Durante toda nuestra existencia la vida y la muerte física están constantemente desafiándose; luchan por tener el dominio sobre nosotros, y nada ni nadie lo puede evitar. La muerte es el mayor enemigo del hombre, y el mundo es incapaz de ofrecernos una respuesta convincente. Solo Dios, a través de Su Palabra, nos da una explicación esclarecedora sobre ella. Y nos dice que, el sufrimiento y la muerte entraron en nuestras vidas gracias a las mentiras y al engaño de su enemigo: Satanás. Este astutamente sedujo a la mujer para que desobedeciera a Dios, engañándola e incitándola a desear ser igual a Dios, y a dudar de Su bondad, contradiciendo las verdades que Dios les había dicho. Ella tomó un bocado del fruto del árbol prohibido e hizo que su esposo hiciera lo mismo (Génesis 3:1-6).
Por causa de este pecado, entró en el mundo la muerte, el sufrimiento y la separación de la gloria de Dios, como Él había advertido que pasaría si lo desobedecían (Génesis 2:17). No obstante, Dios prometió un remedio para la muerte espiritual del hombre, o sea, para que el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre, no fueran separados definitivamente. Para solucionar esta desunión espiritual, Dios tenía previsto un salvador, el cual es Jesucristo; bástenos leer el libro de Génesis 3:15 que dice así: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; Él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón». Esta promesa y profecía se confirma claramente en que, el Hijo de Dios, nacido de María siglos después de la Creación, derrotaría a Satanás para siempre por medio de la Cruz del Calvario, para la salvación eterna del pueblo de Dios de todo pecado.
Visto esto, hay que decir que, solo el Señor Jesucristo nos promete una seguridad de salvación perpetua, la cual se reafirma en Juan 11:25-26: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente». Esta aseveración de Cristo nos anima a no temer esta colosal batalla que hemos heredado por causa del pecado.
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La muerte es un enemigo derrotado.
Dios envió a su Hijo al mundo como pago por nuestros pecados; es el acto de amor más grande que el mundo haya conocido jamás. La Palabra de Dios, y más concretamente, 1 Timoteo 1:15 nos dice: «...que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores», y soportó el castigo que nosotros merecíamos; y fue resucitado de entre los muertos en ese primer día de Pascua.
Os voy a enumeras solo 7 puntos que son de suma importancia en la resurrección de Cristo:
(1) Para testificar del inmenso poder de Dios (1 Corintios 15:54-55), (2) para probar irrefutablemente de que Él es el Salvador del mundo (1 Corintios 15:3-8), (3) para acreditar Su carácter sin pecado, Su naturaleza divina e incorruptible (Salmo 16:10), (4) porque «por medio de Él se (n)os anuncia perdón de pecados..., en Él es justificado todo aquel que cree» (Hechos 13: 38-39), (5) para validar, también, las profecías del Antiguo Testamento que predijeron el sufrimiento y la resurrección de Jesús (Hechos 17:2-3) (6) para que nuestra fe no sea vana y el evangelio sea totalmente impotente; y nuestros pecados sean perdonados (1 Corintios 15:14-17), (7) para que algunos —aquellos que creen en Él— sean resucitados a la vida eterna en el cielo, y otros —los que no creen en Él, y por consiguiente no se han arrepentido— a la condenación eterna en el infierno (Daniel 12:2; Juan 5:28-29).
Por otro lado, cuando nos apartamos de todo lo que sabemos que es erróneo y le pedimos a Jesús que entre en nuestras vidas para convertirse en nuestro Señor y Salvador, nuestro futuro queda asegurado. Si leemos el evangelio de Juan 3:16 podemos comprobar el porqué de estas afirmaciones. Dice así: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
También, se nos da la oportunidad de volver a empezar en la vida: «Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros» (1 Pedro 1:3-4).
Así, pues, la resurrección es una victoria triunfante y gloriosa para cada creyente. Jesús, el Mesías esperado, fue quien murió, y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras (1 Corintios 15:3-4). Y, en consecuencia, ¡Cristo vendrá nuevamente! Y primero resucitarán los muertos en Él, luego los que permanezcan vivos, y todos juntos, seremos transformados, y recibiremos nuevos cuerpos glorificados (1 Tesalonicenses 4:13-18). Esta es la bendita esperanza victoriosa de los creyentes: ¡La muerte ha sido derrotada!
Si somos creyentes, debemos pensar como Pablo en Filipenses 1:21 cuando manifiesta «… para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». Por supuesto, que estas palabras del apóstol no quieren decir que deseemos la muerte, ni que la busquemos, sino que (1) nuestros espíritus serán hechos perfectos (Hebreos 12:22-23), (2) seremos librados del dolor de este mundo (Lucas 16:24-25), (3) nuestra alma entrará en un descanso profundo (Apocalipsis 6:9-11), (4) sentiremos una profunda sensación de estar en nuestro hogar (2 Corintios 5:8) y (5) estaremos con Cristo (Filipenses 1:21-23).
Por eso, el apóstol Pablo, nos llama a buscar a Cristo con sinceridad y con todo nuestro corazón. Jeremías 29:13: «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis con todo vuestro corazón».
Si no somos creyentes, aún estamos a tiempo mientras tengamos vida. Ahora es el momento idóneo para reconciliarse con Dios. Buscad a Cristo con el corazón, con sinceridad y con firmeza; escudriñad las Escrituras, y si no entendéis preguntad; no os detengáis ¡Cristo hizo todo el trabajo muriendo en la cruz por los pecados del mundo! (2 Corintios 5:14, 15; 1 Timoteo 2:6 ) ¡Creed en el Señor Jesús! (Juan 3:16-18, Juan 11:25-26) ¡Tomadlo como Señor y Salvador en vuestras vidas y seréis salvos! (Romanos 10:9). Él venció a la muerte y al pecado(Romanos 6:9-10)y, por eso, todos los que son de Cristo son más que vencedores(Romanos 8::37).
RESUMEN
Así, pues, la muerte física es una forma distinta de morir que la muerte espiritual. La muerte física «es la separación del cuerpo y el alma o, dicho de otra manera, la cesación de la vida física» y la muerte espiritual «es la separación del espíritu del hombre del Espíritu de Dios» (Génesis 2:17; 3:6). Pero a los que creemos en Cristo no debe importarnos ninguna de las dos. ¿Por qué? Porque Cristo venció sobre la muerte y el pecado, resucitando al tercer día como estaba previsto en las Escrituras y como Él lo había anunciado (Mateo 16:21; Juan 2:18-22; Mateo 27:40; Lucas 24:6). Por eso, los hijos de Dios, jamás tendrán que temer al aguijón o victoria de la muerte; porque para ellos, la muerte y el pecado, ya han sido derrotados en Cristo (1 Corintios 15:55-57).
La muerte física al igual que la muerte espiritual son ganancia para los que creen, se han arrepentido y aman a Cristo (Juan 14:21), porque ya, desde el momento que morimos físicamente, disfrutamos de Él en el cielo (Filipenses 1:21). Y, además, ya no estamos esclavizados a las cosas que alguna vez nos ataron a este mundo, sino que, somos libres en el Espíritu del Señor, gracias al sacrificio inigualable de nuestro amoroso y misericordioso Señor y Salvador, el cual nos compró con Su Preciosa Sangre, (1 Corintios 6:20,1 Pedro 1:18-19) para que Dios Padre nos vea justos delante de Él, y nos acepte como ¡hijos suyos! (Romanos 8:14-17; Gálatas 3:26; Efesios 1:5).
Por otra parte, Dios nos ha prometido que habrá un juicio, y que en ese día, algunos serán recibidos en el Paraíso y otros serán condenados al Infierno (Mateo 25:31-45). Aunque Dios, en Su infinita misericordia y paciencia, nos otorga una y mil oportunidades para cambiar, es decir, que ralentiza la cuenta atrás de nuestra muerte física para que abandonemos la iniquidad y nos arrepintamos. Esta gentileza que Dios nos ofrece no debe confundirse con la creencia de que Dios es débil; Él mantendrá su promesa. Y en ese día, el día del Juicio Final, se pagará el precio por todas nuestras acciones (Sofonías 1:18).
El tiempo para arrepentirse y creer en Cristo es ¡ahora! ¡No lo dejéis para mañana!, porque quizá mañana será demasiado tarde.
Terminamos leyendo el Salmo 91:4: «Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro». Ser amado de esta manera tan sublime y tierna debería marcar una diferencia en vuestra vida. No olvidéis a Aquél que os amó y os ama, y murió por vosotros en la cruz. Solo por eso, vuestra vida debería ser diferente.
Y por último, no olvidéis de leer y meditar en la Santa Palabra de Dios, porque es la Voz de Dios y la Autoridad Final en nuestras vidas. Decidíos a vivir por fe y no por vista. No tengáis miedo; os aseguro que no hay nada en este mundo que pueda dar tanta seguridad.
SOLI DEO GLORIA