Quizás pensemos, algunas veces, que en las iglesias debería haber algo de tipo espectacular que atrajera a las personas de afuera de la mismamanera que los milagros que hacían Jesús y sus discípulos atraían a las multitudes. ¿No se convertirían muchas más personas si el Señor manifestara así su presencia en medio de nosotros? De hecho, me acuerdo de haber visto hace unos pocos años un cartel en el que una iglesia anunciaba su campaña evangelística, que incluiría una “tarde de milagros”.
Me parece que los responsables de esta iglesia estaban decididos a intentar atraer a la gente a su campaña mediante la promesa de cosas espectaculares, aunque se olvidaban del hecho de que, para hacer milagros, Dios no se ajusta a las fechas y los horarios que pongan los seres humanos.
Otro pensamiento conflictivo que puede surgir en nuestras mentes tiene que ver con la forma de que una persona llega a conocer a Cristo como su Salvador. Para la mayoría de nosotros, dar este paso de fe en Cristo fue un acontecimiento poco dramático, y pienso que son pocos los creyentes que pueden dar testimonio de haber tenido una conversión de naturaleza espectacular. No es extraño que deseemos poder compartir con otras personas un testimonio poderoso, acerca de cómo Jesucristo entrase en nuestra vida de la misma manera espectacular que lo hizo, por ejemplo, en la vida de Saulo de Tarso cuando este vio aquella luz y oyó la voz de Jesús en el camino de Damasco.
Pero, esperamos un momento, un examen cuidadoso del testimonio de Saulo nos revela que no fue el camino de Damasco el lugar donde conoció a Cristo como su Salvador, sino que fue la casa de Ananías, un creyente que el Señor escogió para ayudar a Saulo a dar el paso definitivo de la conversión.
Las palabras de Ananías, que el apóstol cita en Hechos 22:16, ponen de manifiesto la necesidad que tenia Saulo de recibir a Cristo (“se bautizado”) y pedirle que le perdonase los pecados (“lava tus pecados invocando su nombre”) Así que entendemos que fue en la tranquilidad de la casa de Ananías cuando se convirtió Saulo, y que la experiencia dramática que tuvo en el camino de Damasco no fue más que un acontecimiento previo que el Señor utilizo para comenzar en él un despertar espiritual que prepararía el camino de su conversión.
Entonces ¿importa lo espectacular? No debemos negar que Dios pueda obrar así. Sin embargo, lo más probable en nuestra vida diaria, es que obre mediante acontecimiento tan poco espectaculares como el encuentro de Saulo con Ananías y la hospitalidad que le brindo este a aquel. No debemos subvalorar las experiencias de este tipo en nuestro aprecio de los propósitos de Dios.