Algunas veces la vida puede traerte a situaciones tan desesperantes, tan dolorosas y tan oscuras, que la única salida o solución a tus graves problemas o estado de ánimo, es desear la muerte.
El creyente puede caer en una depresión tan aguda que lo único que quiera sea acabar con todo. Para que una persona vea la muerte como la única opción en su vida tiene que estar pasándolo realmente mal.
¿Qué es lo que ha desencadenado llegar a esa situación? Las causas pueden ser diversas: alguna ruptura matrimonial, el desempleo por mucho tiempo, abusos de toda índole, una enfermedad larga y dolorosa, la muerte de un familiar etc. Puede ser una sola causa o varias a la vez. Todo lo ves negro, no hay salida del túnel, no merece la pena luchar, tiras la toalla, no tienes fuerzas ni físicas ni emocionales para seguir adelante; cada paso que das parece más cuesta arriba. Nadie te entiende, no te importa nada, pierdes el apetito y la ilusión por todo. Hay sentimientos de desesperación y desesperanza por un periodo de tiempo. ¿No te has sentido así alguna vez? ¿O no has conocido a alguien que esté pasando por esa situación? Seguro que sí.
Ahora bien, como creyentes debemos hacernos algunas preguntas: ¿Puede un creyente caer en tal desesperación? ¿Es pecado que desee la muerte?
Ejemplos en la Palabra
Creo que la Biblia tiene mucho que decir en cuanto a este tema y me gustaría que sea ella la que responda:
En primer lugar, Dios no condena la depresión o el deseo de morir. Tenemos varios ejemplos de personas en la Biblia que querían morir porque estaban pasando por situaciones muy difíciles, y Dios no se enojó con ellos:
- Elías, que era un profeta de Dios, después de ver el poder y la gloria de Dios al enfrentarse con los profetas de Baal, se siente solo y temeroso de que tomen venganza sobre él; y deseando morirse dijo:”Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.” (1 Reyes 19:4)
- Job, que era un hombre temeroso de Dios, perfecto, recto y apartado del mal; en un solo día perdió a sus hijos, el ganado que tenía, los criados, y le sobrevino una sarna maligna desde la planta del pie hasta la cabeza. En su dolor clama:”Y así mi alma tuvo por mejor la estrangulación, y quiso la muerte más que mis huesos. Abomino de mi vida…” (Job 6:15-16).
- Moisés, el libertador del pueblo de Israel, Dios lo usó poderosamente para sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Tenía una gran carga con todo el pueblo y siempre se estaban quejando y criticándole también. Ya no podía más, estaba agotado y dijo:”No puedo yo solo soportar a todo el pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal” (Números 11:14-15).
- Jonás, el profeta desobediente, que fue a Nínive a predicar; y cuando la ciudad se arrepiente, en vez de alegrarse dijo:”Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida” (Jonás 4:3).
En cada uno de los casos Dios mismo le ofrece la ayuda necesaria a cada uno según sus necesidades y circunstancias, pero no hubo pecado en ellos por desear la muerte.
Respondiendo bíblicamente
Dios, a través de su Palabra da mucho consuelo al alma afligida y desesperada. Ayuda a seguir adelante y vencer la desesperación con la ayuda del Espíritu Santo que mora en nosotros. Quiero dejar esta selección de versículos que son de ánimo y consuelo, un bálsamo para el alma abatida:
- “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
- “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Isaías 43:2-3).
- “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
- “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
- “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (Nahum 1:7).
- “Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados, derribados, pero no destruidos… por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”(2 Corintios 4:8-9, 16-18).
- “Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará, pastoreará suavemente a las recién paridas” (Isaías 40:11).
- “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Isaías 41:13).
El rol de la iglesia
Además del consuelo que la Palabra de Dios nos trae, la iglesia como cuerpo visible de Cristo, como la familia espiritual que es, tiene un papel importante que jugar a la hora de ofrecer ayuda y apoyo a los que están sufriendo, a los afligidos.
Siempre pensamos que es el deber del pastor o los ancianos de la iglesia los que tienen que dar esa ayuda, pero no exclusivamente; “Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él” (1 Corintios 12:26). Por lo tanto cualquier creyente, que ha experimentado la salvación por obra del Espíritu Santo en su corazón, debería estar capacitado para amar, animar y ayudar a sus hermanos.
Ahora bien, seamos prácticos, ¿cómo puede la iglesia ayudar?:
- No juzgues a tu hermano/a, es esencial. En España decimos “ponte en sus zapatos” para expresar que no sabemos lo que uno está pasando hasta que no lo vivimos o experimentamos nosotros. Es muy fácil juzgar desde fuera. Seamos compasivos y misericordiosos con los que sufren.
- No sermonees, no seamos como los amigos de Job que le sermonearon hasta desanimarle más todavía. Cuando la persona sufre tanto, lo que necesita es que se la escuche. Déjala que hable y exprese su dolor. “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar” (Santiago 1:19).
- Ora por él/ella y con él/ella. Sabemos que la oración del justo puede mucho y tiene poder. Quizás esa persona no tiene ni el ánimo ni la fuerza para orar, ora tú.
- Pasa tiempo con el afligido. No quiere decir que estés todo el día ni todos los días de la semana con él/ella, pero quedar una o dos veces a la semana, invitar a tomar algo, que salga de la casa, ir a dar un paseo, que le dé el sol, invitarla a comer a tu casa algún domingo etc. Todos estos ratos de calidad le ayudarán a ver que no está sola, que su familia en la fe le ama y se preocupa por ella.
- Muéstrale que le amas y te preocupas de manera genuina. “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17). Que vea que te preocupas por él/ella sinceramente, no para cubrir el expediente.
- Sé muy sensibles a las necesidades materiales de las personas. Puede que no tenga trabajo y esté desesperado/a, no puede pagar el alquiler, o las facturas de luz, gas etc. no puede hacer una compra de comida. Ya en la iglesia primitiva fueron sensibles a las necesidades de las viudas y los huérfanos (Hechos 6). Y no me refiero solamente a ayuda económica, sino práctica, ayudar con los niños, llevarle comida hecha etc.
- Muéstrale de nuevo a Cristo y su dependencia de él. Si es creyente, quizás ha olvidado que en Cristo hay perdón, salvación, poder, paz, misericordia, gracia, fortaleza, gozo etc. Que su descanso esté en Él de nuevo, llévale a la Escritura y a las promesas que Dios nos ha dejado, que las abrace de nuevo y las haga suyas. Ese debe ser nuestro objetivo (Salmo 55:22; 1 Pedro 5:7).
Nuestro motivación última no es animar o ayudar al desesperado y afligido, sino nuestro amor al Señor. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).
Artículo publicado cvon permiso de la autora