“No sabemos qué hacer y a ti volvemos nuestros ojos” - 2 Crónicas 20
En muchas ocasiones vivimos obsesionados con el control; creemos ser dueños de nuestra vida, nuestras circunstancias y nuestro porvenir. Para ello confiamos en nuestros recursos, nuestra planificación o nuestras capacidades. Sin embargo, muchas veces vivimos circunstancias sobre las que no tenemos ningún control y que hacen que nuestros planes se tambaleen: imprevistos de salud, decisiones que toman otras personas y nos afectan, relaciones difíciles, circunstancias que simplemente no dependen de nosotros... ¿Cómo reaccionamos cuando las situaciones se escapan de nuestras manos? La historia de Josafat nos da una buena guía sobre cómo enfrentarse dichas situaciones.
Josafat era rey de Judá (su reinado tuvo lugar después de la división de los reinos de Israel al norte y Judá al sur). Aunque no fue un rey perfecto (en el capítulo 18 vemos, por ejemplo, su desobediencia al aliarse con el malvado Acab, rey de Israel), fue un buen rey, que hizo reformas militares, políticas, judiciales y religiosas en Judá: reforzó las fortificaciones; puso jueces en las diferentes ciudades y se preocupó por que éstos buscaran la justicia con rectitud; también envió príncipes que predicaran y enseñaban la Palabra por los pueblos. Sobre todo, los capítulos anteriores nos dicen que Josafat buscaba a Dios como lo había hecho David y andaba en sus mandamientos (17:3-6) y que el favor de Dios estaba con él.
El capítulo 20 nos narra unos acontecimientos que ponen a prueba a Josafat y a su pueblo. Los versículos 1 y 2 nos muestran que los moabitas y los amonitas hicieron una alianza para ir a la guerra contra Judá. El rey recibe el anuncio de que numerosos enemigos están ya en camino para atacar a su pueblo. Se nos dice que Josafat tiene temor al oír la noticia (v.1), pero su reacción es la de humillarse ante Dios y consultarle. Entonces llama a un ayuno nacional para buscar la ayuda de Dios, reúne al pueblo y todos juntos piden el auxilio de Dios. Ante el pueblo, Josafat se dirige a Dios y reconoce su soberanía, su control sobre todas las circunstancias: “¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?” (v.6). Además, Josafat recuerda las ocasiones en el pasado en que Dios ayudó a su pueblo, y cómo habían tenido razones para confiar en la salvación del Señor aun en las peores circunstancias (vv. 7-9). Entonces, realiza una confesión sorprendente de parte de un rey, un gran político y estratega militar: “¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (v.12) El rey tiene la capacidad de reconocer sus limitaciones, su impotencia y su falta de fuerza para enfrentar las circunstancias por sí mismo, por lo que admite su total dependencia de Dios.
Dios responde a Josafat y su petición por medio de un levita. Este hombre anuncia la intervención de Dios que proporcionará la victoria a Judá contra sus enemigos. Dios anuncia su salvación, y les pide un equilibrio entre obediencia y fe: les pide que salgan a la batalla, pero a la vez les pide que confíen en la salvación de Dios, que estén quietos ya que el Señor peleará por ellos. Ante esta promesa, Josafat y el pueblo de Judá responden postrándose y adorando al Señor (v.18). Después se levantan y le alaban con fuerte y alta voz (v.19). Además, demostraron una actitud de fe y obediencia. Salieron a enfrentar a sus enemigos, pero en lugar de ir preparados para la batalla, salieron cantando alabanzas al Señor. En cumplimiento a su promesa y en respuesta a la fe del pueblo, Dios hizo que cada uno de los ejércitos enemigos cayeran en las emboscadas del otro y se destruyeran entre sí. Judá alcanzó una total victoria sin tener que luchar, tal y como Dios les había prometido. Además de un gran botín (v 25), el reino tuvo paz (30). Después de la victoria, bendijeron al Señor por su ayuda y salvación (v.26)
Josafat nos enseña que vamos a encontrar muchas situaciones que nos superarán, en las que no sabremos qué hacer y tendremos que volvernos hacia Dios en reconocimiento de nuestra incapacidad, fragilidad y absoluta necesidad de Él. El ejemplo de Josafat no es el de alguien que se acordó de Dios solo en un momento de desesperación. Por el contrario, fue alguien que, aunque imperfecto, vivió en constante comunión con Dios y que precisamente por ello pudo apoyarse en Él en ese momento tan crucial. Además, esta historia no solo nos da ejemplo de la búsqueda de auxilio, sino también de adoración, alabanza y fe ante las promesas de Dios, y de agradecimiento tras su cumplimiento. Como ellos en esa ocasión, nosotros también podemos recordar momentos en que Dios nos ayudó en el pasado y tenemos en la palabra del Señor numerosas promesas en las que podemos confiar, que nos alientan a seguir y por las que debemos adorar y alabar a Dios. Josafat también nos enseña que nuestro Dios tiene el control absoluto y que a pesar de todas las circunstancias Él siempre cumplirá y llevará a cabo su propósito en nosotros.
Vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿Cómo reaccionamos cuando perdemos el control sobre nuestras circunstancias? Quizá necesitamos, como Josafat, dirigirnos a Dios en oración; volver los ojos a Él y reconocer que no sabemos que hacer; confiar en sus promesas y obedecerle.