mariamagdaQuién era María Magdalena

María era un nombre muy común entre los judíos, y esta María se llama Magdalena por el lugar de donde procedía, Magdala, al igual que a Jesús se le llamaba nazareno porque era de Nazaret.

Antes de mirar a fondo a esta mujer, me gustaría aclarar la mala fama que se le ha dado y se le da. Se cree generalmente que María Magdalena fue una prostituta, una mujer “pecadora”, inmoral. Pero sería injusto no defenderla, ya que en ningún lugar de las Escrituras nos dice nada de su vida inmoral. Lo único que se menciona es que era una mujer que había sido atormentada por 7 demonios, y que el Señor la sanó (Lucas 8:2). El que estuviera poseída no la hace ser una prostituta. El problema está en que mucha gente quiere unir el pasaje anterior de Lucas 7:36-50, la mujer pecadora que Jesús perdonó en casa de Simón el fariseo, con María Magdalena, pero no hay ningún argumento para ello. Lo que María fuera antes de ser sanada y cambiada por el Señor, no lo sabemos.

Sí podemos decir que fue una mujer que sufrió mucho por causa de los 7 demonios que la poseían. No sabemos cómo le afectaría a su vida diaria, con enfermedades físicas o mentales o ambas, pero tuvo que ser un tormento para ella.

No sabemos ni su edad, ni si tenía familia, marido e hijos. Lo único que sabemos era que era de Magdala, una pequeña ciudad cerca de Capernaún, de Galilela.

Tenemos que tener cuidado cuando hablamos de los demás con no añadir cosas que no sabemos. A veces podemos sacar falsas conclusiones sobre la vida de las personas, y eso es una calumnia. Con cuanta facilidad y lengua suelta hablamos y aumentamos los pecados de los demás, sin tener la seguridad de lo que decimos. Se puede hacer mucho daño colgándole un mote o un “San Benito” a alguien que lo puede arrastrar durante toda su vida y no ser cierto.

María es sanada y cambiada

Vemos en todos los relatos de los evangelios, la horrible condición en la que se encuentran las personas que están poseídas por demonios. No subestimemos el poder de Satanás y su ejército de demonios. Actúan en las personas para pecar contra Dios y alejarlas de Él, e incluso se atreven a poseerlas y tomar dominio de sus vidas, mentes y corazones atormentándolas.

El caso de María tuvo que ser horrible. No tenemos detalles pero podemos imaginar. Tampoco sabemos cómo Jesús la sano, pero sí tenemos relatos de cómo Jesús echó fuera demonios de muchas personas y de diferentes maneras. Los mismos demonios le obedecen y el cambio que se produce en las personas es radical. Podemos imaginar a una María atormentada y desvariando, y al tener el encuentro con Jesús, podemos verla sana, en su sano juicio, sosegada y tranquila siguiendo a su Salvador.

Quizás tú pienses que como no estás endemoniada, no necesitas ningún cambio en tu vida, pero te engañas. Porque por naturaleza todos somos pecadores y estamos alejados de Dios. Tu vida por muy respetable que sea, si no has tenido un encuentro con Jesucristo de manera personal, estás en una condición terrible, estás perdida y en condenación. Tienes que ir a Dios y pedirle que te cambie y te de un corazón nuevo. Necesitas a Cristo como tu único y solo salvador.

Cambiada para servir

¿Qué se nos dice de María Magdalena en cuanto fue sanada? Servía a Jesús con sus bienes junto con otras muchas mujeres (Lucas 8:3). Podemos decir que era una mujer que tenía una situación acomodada, ya que usaba de su dinero para servir al Señor y a sus 12 apóstoles. Jesús no iba solo, siempre iba acompañado de los suyos.

Jesús iba viajando por las ciudades y pueblos predicando el evangelio. María Magdalena se hizo una discípula suya. Dejó su casa, sus comodidades, y siguió a su Salvador. No le importó estar de viaje constantemente y muchas veces dormir en sitios no muy adecuados para una mujer. Pero allí estaba en el grupo y compañía de los que seguían a Jesús. Durante el ministerio de Jesús, María no quería perderse nada de lo que enseñaba o hacía su maestro. Fue una discípula ejemplar. Estaba tan agradecida por la libertad de espíritu que Jesús le había dado, que quiso seguirle y servirle.

Cuando alguien es cambiado y transformado por el Señor, somos llamados a ser sus discípulos, sus seguidores. No podemos mantenernos igual, se tiene que ver el cambio en nuestras vidas y el deseo de aprender y seguir a Cristo durante toda nuestra vida.

También cuando somos perdonados, Dios da a cada creyente unos dones. A unos les da uno y a otros les da varios, pero no importa la cantidad, lo importante es qué hacemos con ellos (Romanos 12:3-8; 1 Corintios 12:4-31; Efesios 4:7-12). No es un deber, es un privilegio el servir al Señor por amor y agradecimiento.

María encontró su lugar y área de servicio al Señor. Lo servía con sus propios bienes. No leemos en ningún momento que Jesús o sus apóstoles pidieran dinero a alguien, pero con sus viajes era necesario el dinero para llevar a cabo su ministerio. Y estas mujeres les servían con su dinero, para que pudieran dedicarse a la predicación del Reino de los cielos.

Quizás tú no tengas mucho dinero, pero tienes dones que Dios te ha dado por gracia ¿los estás usando para servir al Señor? ¿Qué haces en la iglesia? ¿Te conformas con venir y calentar la silla? ¿Te conformas con darle las migajas al Señor? Debiéramos de servirle con todo nuestro amor, nuestros dones, nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestros bienes.

La valiente María ante la cruz (Mateo 27:55-56; Marcos 15:40-41; Lucas 23:49; Juan 19:25)

María Magdalena estuvo presente con María la madre de Jesús y otras mujeres cuando crucificaron a Jesús. Es curioso como los discípulos salieron huyendo, excepto Juan, cuando cogieron preso a Jesús. Ninguno le acompañó hasta su muerte, pero María Magdalena junto con otras mujeres fue muy valiente y siguió a Jesús por todo su calvario, hasta llegar a la misma cruz.

La fe de María Magdalena fue puesta a prueba con este acontecimiento. ¿Cómo Jesús no se defendía? ¿Por qué no venía un ejército de ángeles a defenderle y destruir a sus enemigos? A María le atormentaba ver a su Señor sufrir y ser escarnecido, siendo el ser más inocente y perfecto de toda la tierra. ¿Se acabaría todo? ¿Ese era el fin? ¿Ya no vería más a su sanador? Pero ahora más que nunca no iba a dejar a su Señor tirado, ¡no! Ella le amaría hasta el final. No salió huyendo como los demás discípulos. Seguiría de lejos a aquel que le dio reposo y perdón de pecados.

Fue muy valiente en seguir al Señor hasta la cruz, su devoción fue tal que no le importó seguirle aun a pesar de que la descubrieran y su vida corriera peligro. Judas traicionó a Jesús, Pedro le negó, los discípulos huyeron, pero María estaba allí, cuando más le necesitaba no le iba a abandonar.

En tiempos de paz es muy fácil seguir a Jesús, pero en tiempos de persecución es donde se prueba la verdadera fe. Ahí es donde pasa por fuego, y se descubren quiénes son los verdaderos creyentes y quiénes no. Que seamos valientes y sigamos al Señor en todo tiempo, en tiempo de quietud y en tiempo de adversidad.

María no solo se conformó con seguir a Jesús hasta la misma cruz, también quiso dar sepultura a su cuerpo ¡cuánto le amaba! ¿Cómo bajar el cuerpo ensangrentado de la cruz?, pensaría ella, pero dos discípulos de Jesús, José de Arimatea y Nicodemo lo bajaron y lo pusieron en un sepulcro nuevo. María seguía estando allí, viendo dónde le ponían, e incluso sentada delante del sepulcro, como si no quisiera dejarle solo ni aun después de muerto ¡qué imagen tan preciosa! (Mateo 27:61; Marcos 15:47; Lucas 23:55)

La fidelidad de María

María fue la última en alejarse de la cruz y del sepulcro, pero fue la primera en ver y ser testigo de uno de los acontecimientos más importantes de la historia, la resurrección de nuestro Señor.

El primer día de la semana, que era domingo, fue, junto con otras mujeres, como era costumbre al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús con especias aromáticas, pero vio la piedra quitada del sepulcro y el cuerpo de Jesús no estaba allí. Fue corriendo a decírselo a Pedro y a Juan, ellos vinieron y vieron la tumba vacía. Corrieron a decírselo a los demás discípulos, pero María se quedó allí llorando pensando que alguien había robado el cuerpo de su Señor. Mientras lloraba, vio a dos ángeles en la sepultura y les dijo que se habían llevado el cuerpo.

Justo después de su encuentro con los ángeles, Jesús le habló, pero no le reconoció, pensaba que era el hortelano (Juan 20:11-18). Entonces Jesús la llamó por su nombre: “¡María!”. Cómo la llamaría que al fin sí reconoció la voz del Señor y se volvió a Él a besar sus pies y adorarle (Mateo 28:9). Sus lágrimas se convirtieron en gozo ¡Qué privilegio el de ser la primera en ver a Cristo resucitado! Jesús no se presentó a sus apóstoles o a Pedro como el líder de todos ellos, no, dejo que ese privilegio lo tuviera una mujer, María Magdalena. Una mujer insignificante, pero que mostró ser la más fiel y seguidora de Jesús hasta el final. No temió lo que le pudieran hacer los soldados, no se avergonzó de Él, su amor era tan grande y estaba tan agradecida que no dejaría a su Señor ni aun después de muerto.

Jesús le dio la comisión de anunciar a sus discípulos que había resucitado (Juan 20:17-18), y ella corrió a darles las buenas nuevas de que había visto al Señor y había hablado con ella. Nosotros ya conocemos todos estos acontecimientos, ¿los anunciamos a los demás, decimos que Jesús está vivo?

Aunque ya no se menciona por nombre a María Magdalena en el resto de la Escrituras puedo estar segura de que se encontraba con los 120 que estaban orando en el aposento alto y esperando la venida del Espíritu Santo.

Conclusión y aplicación

Podemos ver el gran amor de Jesús por María, cómo la sanó, la libertó, la transformó y la hizo una discípula suya. María siguió al Señor literalmente y espiritualmente, le sirvió con sus bienes, le siguió desde Galilea, le siguió en su ministerio, hasta la cruz, la sepultura y la resurrección.

Fue fiel y valiente hasta el final, su compromiso fue incondicional, igual que su amor. ¿Eres tú una verdadera discípula y seguidora de Jesús? ¿Es tu fidelidad a Él como la de María? Necesitamos mujeres como la Magdalena, oremos para que nuestras vidas sean entregadas y cambiadas por Dios de la misma manera que María la entregó a su Salvador.

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