“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2)

En el principio era Dios; es Él el que comienza todo y, por tanto, el que puso en nuestras manos la Escritura. Pero es la Escritura la que nos muestra a Dios, o al menos lo que podemos o debemos saber de Él y de su obra.

Si comenzáramos estudiando el ser de Dios, ¿no sería en Cristo? Él es quien nos muestra (Juan 14:9) y nos lleva a Dios. Pero ¿cómo confiar en Cristo sin la Escritura? (Juan 17:20).

Sabemos de Dios por la creación (Romanos 1:20) y la conciencia, o ley escrita en el corazón (Romanos 2:15), pero esto en sí es insuficiente para la salvación. Aun lo revelado en la Escritura solo muestra una pequeña parte de quién Dios es (Deuteronomio 29:29) e incluso lo que ya tenemos y está ante nuestros ojos, no llegamos a comprenderlo y meditarlo por completo, a pesar de lo mucho que se ha dicho y se ha escrito. Estamos solo en el inicio, pero damos gracias que estamos, que nuestros ojos han sido abiertos.

Supongo entonces que debemos comenzar con las Escrituras y en esta mañana darle gracias a Dios por ellas, por inspirarlas, por ponerlas a nuestro alcance, poder leerlas en nuestros idiomas, por tantos creyentes que se han dedicado a estudiarlas y exponerlas, y por no haber permitido que sus perseguidores, opositores o inquisidores la destruyeran.

Oración:

“Gracias Dios mío por poner este precioso libro tuyo en mis manos hace 40 años”.