“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3). “En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1:1).
Oír a Dios es un concepto muy amplio y nada simple, pero sí podemos decir ciertas verdades concluyentes.
Primero, que aun cuando Dios es espíritu, Él habla y su palabra es creadora o decretiva (Salmo 33:6) y pudo hablar a Adán (Génesis 2:16ss.), a Moisés (Éxodo 20:1-3) o a una multitud (Mateo 3:17).
Segundo, puede hablar a través de ángeles, profetas o con su propio dedo, dándonos la ley (Éxodo 31:18; 32:16…).
Tercero, habló y aun habla hoy por su Hijo (Hebreos 1:2). Él es el Logos, Verbo o Palabra. Cristo es la expresión máxima y sublime del Padre. Cristo es la voluntad y palabra creativa en la naturaleza y en el corazón del ser humano. Por el Espíritu Santo, la Palabra, Logos, sigue creando vida.
Cuarto, y esta es la que nos interesa hoy, Dios sigue hablando por medio de su Palabra escrita por hombres inspirados por Él (Deuteronomio 4:2; 31:9ss.; Jeremías 36:1ss.; 27ss.; 1 Corintios 14:37). Es la Palabra de Dios más segura (2 Pedro 1:19), aun cuando pensemos que Dios pueda hablar por la creación, la conciencia o por sueños.
Con la Escritura en las manos tenemos la certeza de lo que Dios dijo (2 Pedro 3:2), su Palabra está preservada, la podemos memorizar, meditar y proclamar. Es accesible a todos, incluso para un niño, y con ella podemos con toda autoridad corregir, denunciar o silenciar todo error o engaño de falsos profetas y maestros. Agárrate a ella como la más segura ancla para tu alma.
Oración:
“Padre, gracias porque no solo te has dignado a hablarme, sino que lo haces de una manera tan precisa. Ayúdame a leer y amar más tu Palabra”.