devocional antiguo pacto 3

“Por tanto el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14)

De igual forma que el Espíritu Santo inspiró a hombres como Moisés (Éxodo 17:14; 24:4ss.) o Jeremías (Jeremías 30:1-3), también guió a Israel a conformar y mantener el canon o grupo de treinta y nueve libros tal como hoy seguimos defendiendo, y que fueron los libros que Jesús citó a lo largo de su ministerio según vemos en los evangelios (Mateo 4:4, 7, 10; 15:7; Marcos 12:10; Lucas 4:21).

            La revelación del plan divino fue progresivo, así es que podemos ir descubriendo al Mesías, al Ungido o al Cristo de forma creciente, al igual que vamos tirando de la hebra de hilo de la madeja hasta desenredarla por completo.

            Leemos de Cristo en el protoevangelio (Génesis 3:15), le vemos en figuras como la de Melquisedec (Génesis 14:18; Hebreos 5:5,6,10), en diferentes pactos (Dios siempre cercano e interesado en su pueblo), en la Ley, que ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo (Gálatas 3:24), en las ofrendas y ceremonias, que apuntaban a todas las demandas del Padre y que cumpliría el Hijo, en el tabernáculo y el templo que prefiguraban a Cristo (Mateo 12:6; Juan 2:19-22), en los Salmos y cánticos, sobre todo los llamados “mesiánicos” (Salmo 2: 22…) y al final, de manera más contundente y precisa por los anuncios y denuncias de los profetas (Isaías 53).

            Del Antiguo Pacto no se puede quitar, añadir o cambiar nada (Deuteronomio 4:2), solo aplicarlo porque en él está nuestra vida (Deuteronomio 32:46ss.), que es Cristo.

Oración:

“Te doy gracias Dios mío por todas las veces que desde el Antiguo Pacto me mostraste e incluso me pusiste en los brazos de tu Hijo Jesucristo”.

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