“Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (Jeremías 1:9)
Los escritores de la Escritura y ella misma, reclaman que es la Palabra de Dios, y por tanto tienen la autoridad directa y precisa sobre nosotros, como si fuera la voz de Dios mismo.
Un ejemplo claro es Jeremías, aun cuando podríamos decir lo mismo de Moisés (Deuteronomio 18:15-19), Isaías (Isaías 8:1ss.), Ezequiel (Ezequiel 1:3) y demás profetas, como también de Pablo (2 Pedro 3:16), Pedro (2 Pedro 3:2) o Juan (Apocalipsis 1:1-3, 19; 14:13). La palabra de Dios que vino a Jeremías (1:2-4) tenía poder para arrancar… y edificar (1:10), no así los falsos profetas que no envió Dios (14:14; 23:16). La Palabra de Dios es martillo y fuego (23:19). No obedecer la palabra de Jeremías era no obedecer a Dios (37:2).
Tenemos con ellos, por tanto, la palabra profética más segura a la que hay que estar atentos (2 Pedro 1:19).
También el Espíritu nos ilumina y confirma que lo que leemos es Palabra de Dios (1 Corintios 2:13-14), así como tantos y tantas profecías cumplidas sobre acontecimientos y sobre la persona de nuestro Señor Jesucristo. La belleza y profundidad de sus enseñanzas nos muestra que hay una voluntad divina detrás de la mano humana, la inspiración fue directa, como nos recuerda otra vez Jeremías (Jeremías 36:2, 4, 32).
La conclusión pues, no puede ser otra que callar cuando Dios habla, leer sabiendo que lo que leemos es ley para nosotros, pero también es vida, así como Cristo es Palabra y es Vida.
Oración:
“Dios mío líbrame de leer tu palabra solo como un entretenimiento, sino con la misma necesidad y gozo con la que como cada día”.