“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16)

Si Dios no puede errar, ni mentir (Tito 1:2; Hebreos 6:18), entonces su Palabra revelada tampoco (Salmo 12:6; 119:86). Es sin error en todas las áreas en que se expresa y no solo en asuntos de doctrina y fe. No es que contenga o guíe a la verdad, sino que es la verdad.

Aun así tenemos que tener en cuenta que esta inerrancia se dio en los textos originales y que la torpeza humana puede traer dificultad en la transmisión y traducción de esos textos; además de que nuestras limitaciones por el pecado nos pueden hacer entender o interpretar mal los textos (2 Pedro 3:15-16). Sin olvidar también a los falsos maestros y profetas (2 Pedro 2:1-3).

Es por tanto necesario que se investigue constantemente las variantes de los manuscritos, que se cuiden en las nuevas traducciones, que se contrasten las diferentes interpretaciones, recordando que no hay interpretación privada o particular, sino aquella que habló el Espíritu Santo (2 Pedro 1:20-21).

Debemos concluir también que al igual que no hay error, tampoco nos lleva a error. Aun cuando se puede notar en ella la mano humana con su personalidad y cultura, esta no es ambigua ni insegura. Las conclusiones erradas son nuestras, no de la Escritura, y requieren de nosotros constante estudio y meditación para su aplicación en nuestra vida.

Oración:

“Gracias te doy Padre por permitirme caminar por el suelo firme y claro de tu Palabra”.