“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3)

Dios es uno. De esto testifica repetidamente la Escritura (Deut.6:4) (Is.42:8) (Mr.12:29). Fue esta doctrina la que destacó al pueblo judío de las otras culturas vecinas politeístas y al cristianismo del mundo greco romano. Con eso queremos decir primero que no hay otro ya sea menor, igual o mayor que El (Jn.17:3). Cuando la Escritura habla de dioses se refiere a ídolos inventados por el ser humano (Is.44:8, 15-19), o para definir autoridad (Sal.82:6).

Segundo. Dios es indivisible, no es un conjunto, ni está formado por partes, no es mezcla o composición de materia. Cuando Dios se manifiesta de manera audible o visible siempre es Él y no una parte de Él, aun cuando nuestra percepción sea parcial (Ex.33:23).

Tercero. Dios no puede dejar de ser Dios. No puede desprenderse de su naturaleza o carácter.

Por último, Dios no puede separar, ni separarse de sus atributos. Todos ellos están unidos y funcionan al unísono.

Seguramente ya nos estemos preguntando por dos de las verdades bíblicas más sorprendentes y extraordinarias, una es la trinidad, que veremos seguidamente y otra la persona de Jesucristo Dios y hombre a la vez, que veremos más adelante.

Cuando decimos que Dios es una naturaleza en tres personas y Cristo una persona con dos naturalezas establecemos un innegable misterio.

Oración

“Te pido Señor y Dios mío que me ayudes a no tener otro dios en mi vida sino solo a ti Dios verdadero”.