“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él.” (1 Juan 4: 16)
Al entender el amor como el darse a otro por afecto, sin esperar nada a cambio, debemos vincular este atributo divino con su benignidad, pero a la vez, como veremos, es diferente y necesita mayor consideración.
Para hablar del amor de Dios debemos contar con el apóstol Juan, pues en todos sus escritos nos habla de él, y en particular podemos considerar (1 Jn.4: 7-21).
Lo primero que nos dice es que el amor le pertenece (v.7), es decir es obra suya, él lo define y de él fluye (v.11, 19). Solo en él podemos alcanzar el verdadero amor (v.7, 19), pues él es primero que lo ejerce (Rom.5:5). Es por esto que él puede exigirlo (v.11) (Deut.6:5) (Mt. 22:27-40).
Pero no solo es el amor suyo, sino que él es amor (v.8). Es parte de su esencia, no solo que ame, como nosotros, sino que es amor. No hay nada que tenga que producirlo o motivarlo en él. No depende de algo ajeno, él mismo lo produce (v.19). No por ser nosotros algo (Deut.7:7-8). Su amor tiene que ser eterno, no dejará de amar lo que amó desde el principio (Jer.31:3) (Ef.1:4-5). Es soberano, es decir libre, gratuito, espontáneo, total, nada puede cambiarlo, destruirlo, quitarlo (Rom.8:35ss), incomprensible, sin medida (Jn.3:16) (Ef. 3:19). Su amor es santo, es decir no es ciego, no ama el mal o el pecado y por tanto, puede a la vez amar y disciplinar (Hb.12:6).
La mayor prueba de su amor es su Hijo (Rom.5:8).
Oración
“Te doy gracias Padre por tu amor, por tu amor sin medida, por amarme con tu Hijo”.