“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4: 10)
No solo es Dios maravilloso por ese amor que él es, sino por la manera en que lo ejerce entre nosotros.
Dios ama su creación, ama al mundo de una manera general, aun a pesar del obstáculo que es el pecado (Jonás 4:11).
Pero él tiene un amor especial hacia su pueblo, hacia sus escogidos (Rom.5:8), que atrae con cuerdas (Os.11:4), eterno (Jer.31:3), hasta derramarlo (Rom.5:5), irrompible (Rom.8:35-39), hasta el punto de sacrificar a su propio Hijo (Jn.3:16). Todas las características de ese amor especial se personifican, se muestran y se ofrecen en Cristo.
A pesar de abandonar a su Hijo en la cruz (Mt.27:46) Dios no deja de amarle (Jn.15:9) y amarle eternamente (Jn.17:24). Le ama porque le satisface (Mt.3:17; 17:5), porque le obedece en todo (Jn.6:38-39) (Filp.2:8). Merece ese amor, se lo ha ganado, no como nosotros que fue inmerecido, por eso el Padre le entregó todas las cosas (Jn.3:35).
En cuarto lugar Dios ama todo lo santo, justo, bueno y perfecto, por lo cual está obligado a amarse a sí mismo. Es por su amor a sí mismo, a su nombre y su gloria que ama a su pueblo (2 Rey.19:34), no se acuerda de nuestros pecados (Is.43:25). Es porque Dios se ama a sí mismo que nosotros podemos clamar por misericordia (Jer.14:7) (Dan.9:19)
Dios Padre ama a su Hijo porque es su igual, tiene su gloria (Jn.17:5), y de esa forma su amor reposa en nosotros (Jn.17:26).
Oración
“Gracias Padre por tu amor, que me es inmerecido, en el amor de tu Hijo que sí lo fue”.